Amar

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—¿Seguro que no te estás fugando de tus clubes? — interrogó Suguro, cruzados de brazos junto al resto de sus amigos mientras esperaban a que Rin terminara de cambiarse los zapatos.

—Que no. ¿Por qué no le dices nada a Yukio? —el Okumura mayor señaló a su gemelo al lado del castaño.

—Porque a Okumura-san le tiene más fe— aseveró Shima con diversión.

Gruñó, sosteniéndose con una mano de su casillero abierto mientras con la otra se acomodaba el zapato que le faltaba, el cual era el izquierdo. Se aseguró que estaba todo en orden antes de cerrar la puerta metálica a la par que oía la voz estridente de Samael.

—¡Jóvenes! — miró fulminante al pelinegro cuando éste se giró en su dirección, espantado—. No soy un monstruo como para que reacciones así.

—¡Apareces de la nada! ¡Es culpa tuya! ¿Qué no haces ruido cuando caminas?

—Lo hago, pero simplemente nunca estás atento. ¡De cualquier forma! He venido a pedirles su preciada presencia.

—¿Para? — indagó Yukio.

—Para comer. Todos ustedes están invitados, por supuesto. Hay un sitio donde se especializan en parrillas.

—Suena caro— Shima confesó.

—Yo invito.

—¡Vamos!

Samael los montó en su limosina; los gemelos se subieron a ésta con naturalidad, ocasionando que el resto, quienes intercambiaron miradas dudosas y cómplices, les imitaran luego de verles. Shima se interesó mucho con el interior del vehículo, viendo algunos botones que había por ahí, unos eran para encender luces, otros para mover el aire acondicionado y hasta había uno que encendía un calentador en los asientos. Ryuji e Izumo le indicaron que no picara ninguno de estos o, seguramente, descompondría algo.

Mephisto preguntaba algunas cosas banales, como qué tal les iba en clases y poco más, siendo que Shiemi y Miwa eran quienes usualmente respondían a estas dudas de manera educada. Viendo que el viaje se alargaba, Renzo mostró preocupación.

—No nos estará secuestrando, ¿verdad? — preguntó en susurros a Suguro.

—¿Para qué quisiera yo secuestrarlos, joven Shima? No me son de utilidad.

Los jóvenes no supieron si sentirse aliviados u ofendidos, optando por simplemente silenciarse. Llegaron a una zona costera de la ciudad donde había una especie de cabaña que hacía función de restaurante. Bajaron del vehículo, que se marchó en busca de estacionamiento, y se adentraron al recinto. Fueron dirigidos al fondo, en la zona externa del local que daba directo al mar; la vista era preciosa y la brisa era fresca y húmeda.

Mientras los jóvenes se encargaban de la parrilla, Mephisto y los gemelos permanecían un poco apartados en lo que hablaban entre sí.

—¿Por qué has querido traernos? — preguntó el menor de ellos.

—¿Necesito una razón en especial? No lo piensen mucho, hermanos, no pasa nada y no les pediré algo a cambio tampoco.

Yukio se acomodó los anteojos, sin saber qué decir, y Rin simplemente miró con suspicacia al adulto.

—Yo sigo teniendo todavía la duda de qué dijiste a Lucifer para que me dejara en paz con Ryuji— confesó el muchacho de menor altura, cruzándose de brazos.

—Es un se-cre-to — Pheles sonrió, llevándose un dedo índice a los labios—. No lo cuestionen. Únicamente agradezcan que les he ayudado.

—Sinceramente, estoy agradecido, pero también continúo sorprendido— el de anteojos habló—. Nos has apoyado incluso yendo en contra de Lucifer.

Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora