Mafia

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—Oh, vaya— Izumi expresó con sorpresa mientras veía la gargantilla alrededor del cuello de Rin.

Por las vacaciones de invierno habían viajado a la parroquia y, estando con su familia, lejos de sus amigos y de Ryuji, se sentía lo suficientemente cómodo como para no cubrir el accesorio.

—Esto es serio, ¿eh? — volvió a decir el más joven de los sacerdotes.

—¿Te parece? — Rin comentó con sarcasmo tras narrar lo sucedido con el rubio de ojos verdes—. Realmente me lo quiero sacar.

Nagamoto se puso en pie, pues estaban sentados alrededor de la mesa para cenar todos juntos, y se postró detrás del pelinegro. Naoya estaba a su lado y ambos miraron el orificio de la gargantilla donde se introducía la llave.

—Es pequeño— le dijo Naoya a Nagamoto quien asintió de acuerdo.

—Quizás se pueda usar un alambre.

Las manos del mayor tomaron el objeto y lo separaron un poco del cuello marfil, solo lo permitido, comenzando a examinarlo con detenimiento.

—¿Quieres que intentemos quitarlo? — preguntó el que anteriormente era la mano derecha de Shiro.

—¿Seguro?

—Sí. A menos que estés de acuerdo en traerlo.

—Pensé que ustedes estarían de acuerdo con Lucifer.

—Por favor— dijo Naoya de manera sarcástica—. Jamás estaríamos de acuerdo con ese hombre.

—Tan zafado de la cabeza como su padre... Espera aquí.

Y, por primera vez, Rin obedeció. El hombre volvió luego de un rato, depositando varias herramientas de tamaño pequeño y delgado en la mesa de madera. Posicionó la cabeza del menor hacia abajo para tener una mejor vista de la gargantilla y comenzó a picar el orificio de la llave con un alambre doblado en la punta.

—¿Crees que puedas? — preguntó Maruta desde su asiento.

—Se vale intentar. No te muevas.

—Se me entumirá el cuello— Rin replicó, oyendo el ruido metálico en su nuca.

—Sopórtalo.

Gruñó, moviendo ligeramente la cabeza de su sitio y ocasionando que las manos firmes de Nagamoto lo obligaran a recuperar su posición cabizbaja. Probó usando una ganzúa, pero no funcionó en lo absoluto. La movió en aquel espacio estrecho, inspeccionando con detenimiento qué maniobra hacer a continuación, sin embargo, sentía que no ingresaba en ninguna sección más allá de la principal, como si el alambre fuera demasiado grueso a pesar de que era lo más delgado que había en su repertorio de herramientas.

—Ese cabrón —masculló fastidiado entre dientes.

Frustrado, trató de forzar el alambre, pero lo único que consiguió fue que casi se rompiera y se atorara el pedazo dentro de la cerradura.

—¿Ya? —insistió Rin con desesperación.

—¿Parece que ya? Quédate quieto.

—¡Me duele el cuello!

—A mí los dedos.

Bufó, apretando los labios en un gesto de total molestia y dejó caer sus manos a sus costados; la ganzúa se quedó fija en su sitio, totalmente atorada dentro del hoyo, como si la gravedad no surtiera efecto alguno.

—Esto es una jodida broma.

Lo tomó y jaló, pero el objeto no emergió del sitio.

—¿Vamos con un cerrajero? — indagó Maruta.

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