Festival

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Había más personas asistiendo a su puesto de las que pensó. Hacían fila para poder devorar la deliciosa comida que preparaba. Era tal el número de jóvenes, adultos y niños que requerían atención que todos los de su clase en turno estaban atareados. No disfrutaba mucho el trabajar bajo presión, pero sí el compartir su excelente comida con el resto, así que Rin se movía de un lado a otro con energía y una sonrisa en el rostro, a veces dando ordenes al resto que ayudaba a preparar los alimentos.

—Rin— la vocecita de Shiemi logró llegar hasta sus oídos a través del ruidazo.

Se giró a mirarla. La rubia le saludó con un movimiento de su mano y él respondió de la misma forma, sonriendo ampliamente. Volvió a prestar atención a su labor, pensando que, aunque ya había acabado su turno, tenía que seguir preparando bocadillos callejeros tras bocadillos hasta, al menos, terminar las ordenes en fila que había para él. Hacer esperar a su amiga le hacía sentir un poco mal, así que preparó rápido un poco de takoyaki que puso en una charolita y, tras hacerle una seña a la chica de que se acercara, se lo entregó.

—Termino en un rato—dijo Okumura—. Por mientras comparte esto con Yukio, ¿bien?

—¡Gracias! No te preocupes, esperaremos por ti.

La joven le obsequió una dulce sonrisa antes de darse la media vuelta y alejarse un par de metros para no estorbar. Al poco rato llegó a ella el menor de los Okumura y el mayor, aliviado de que Shiemi ya no estaba sola, prosiguió con su deber.

Era una gran oportunidad, debía admitir, para que Shiemi y Yukio pasaran un tiempo solos en el festival. No lo había pensado, pero, meditándolo bien, era una buena idea.

Se demoró unos quince o veinte minutos más, pero, finalmente, acabó con lo propio. Se cambió la ropa que llevaba por otra más casual y fresca, y se despidió de sus compañeros, agradeciendo por el trabajo de todos.

Con emoción, se unió a su amiga y su hermano para ir a disfrutar del esplendido festival. Estaba tan emocionado, como niño pequeño, y Shiemi no se quedaba muy atrás. Yukio, en cambio, estaba mucho, muchísimo más tranquilo en comparación; no es que no le gustara el festival, no, pero no se sentía con la misma euforia que sus acompañantes.

Vagaban entre los diversos puestos de todo tipo, coloridos, brillantes, llenos de luces y ruidosos. Rin se llenó los brazos de bocadillos que compartía con Moriyama y su gemelo mientras paseaban por ahí. Atraparon peces, jugaron a tirar los aros, etc. Fue en el de disparos que Yukio, posicionado frente al pequeño puesto, apuntó con el rifle de juguete y disparó a 10 figuritas metálicas con forma de pato que cayeron ante la fuerza del balín.

—Felicidades— el hombre de cincuenta años dijo y extendió su brazo para señalar los peluches y juguetes que colgaban de la pared—. Puede escoger un premio.

A Okumura no le interesaba ningún objeto, sinceramente, pero, al mirar de reojo a Shiemi, notó lo fascinada que ésta se encontraba con un peluche en específico.

—¿Qué tal ese huevo? — le decía su hermano mayor, golpeando su brazo para llamar su atención y señalando con un dedo un huevo del tamaño de una botella de vino—. Son de los que se abren con el agua.

Yukio rodó los ojos y se giró al hombre que seguía esperando una respuesta.

—Deme ese, por favor.

El adulto asintió, tomó el peluche y se lo entregó con una sonrisa cordial.

—Tengan buen día, muchachos.

Y así se despidieron del hombre, girando y retomando su marcha nuevamente.

—Dejame verlo— Rin pidió, agarrando el felpudo del tamaño de una manzana y lo inspeccionó—. Es tierno, supongo.

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