Revelación trascendental

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Tuvo que soltarle la mano cuando el muchacho de cabellos negros le confesó que comenzaba a sentir, levemente, el malestar del celo; Okumura podía notar como, desde la mano que tomaba Suguro, un picor peculiar comenzaba a acentuarse y a amenazar con recorrer más partes de sí. Además, su cabeza volvía a meterle imágenes intrusivas de índole sexual.

Cuando el dolor de cabeza amainó lo suficiente como para que Ryuji no sintiera molestia por la luz del sitio o el ruido, se dirigieron a la cafetería donde, seguramente, estaban el resto de sus amigos. Estos preguntaron donde habían estado, a lo que Rin dio una excusa cualquiera que fue suficiente para satisfacer su curiosidad. El más alto obligó al teñido de rosa a sentarse entre él y el ojiazul de cabellos obsidianas por precaución.

El castaño no fue a comprar nada, porque el mayor de los Okumura empleó su caja de bento para repartir éste en dos partes iguales, entregándole una de éstas para que comiera.

—No tengo tanta hambre.

—Lo horny no lo deja— Shima se burló, ganándose un manotazo en su brazo.

—Gracias— Suguro ignoró a su amigo.

El almuerzo fue más ameno con las charlas entre sus amigos, sobre todo las de Shima con Rin y Shiemi, quienes siempre habían sido los más animados de todos. Volvieron a sus clases y la calma volvió a reinar en el cuerpo del Omega, cosa que era un alivio, pues no quería tener que inyectarse otro supresor. ¿Y si se suministraba una sobredosis? Debía ser precavido.

Conforme el día pasaba, el cerebro de Ryuji se fue enfriando paulatinamente, no al punto de ya no sentir la jaqueca, pero sí para darse cuenta de la insensatez que le había ofrecido a Rin. ¿Huir a dónde? No lo sabía. ¿Con qué dinero? Eran estudiantes. El único dinero que tenían era, en caso del castaño, el que le daban sus padres y el de la beca de la academia, mientras que el pelinegro dependía completamente de Samael. Eso no sería suficiente para vivir, seguramente, o no por mucho tiempo al menos. ¿Qué iba a pasar con la familia de ambos? Si huían, suponía que contactarse con ellos no sería una opción y, aunque no quisiera confesarlo, seguía muy unido a sus padres.

Rin tenía razón, su medio hermano y todos los relacionados con éste los buscarían en todos lados. Probablemente moverían mar y cielo hasta dar con ellos. No quería ni pensar que harían con ellos una vez los atraparan.

Mentalmente le pidió a su lado Alfa, ese lado instintivo de su ser, que se calmara y que dejara de hacerlo, casi, enloquecer, porque no podía hacer nada por más ansioso e inquieto que se pusiera.

Al final del día, el mayor de los gemelos fue a ver al hombre de ropa estrafalaria en un intento de apurar su estúpido plan, sin frutos. Samael le dio respuestas ambiguas y la vaguedad era tanta que Rin salió sin saber nada. No entendía qué pensaba el hombre ni si realmente iba a hacer algo o no. Maldijo en voz alta antes de dejar el despacho de su segundo medio hermano.

...

No volvieron a hablar de ese tema luego de aquel día; procuraron no estar juntos ni tocarse durante los días del celo y, a su vez, esta situación le vino bien al pelinegro, pues tenía una excusa perfecta para estar lo más lejos posible del rubio en su casa. Ryuji olvidó casi por completo aquella loca idea que había cruzado por su cabeza, pero no la preocupación y el enojo. A diferencia suya, Okumura extrañamente había sido tocado por la sugerencia. Ésta se había quedado bien almacenada en una parte recóndita de su subconsciente y solo salía a la luz cuando le pegaba la gana.

La idea brotaba en su cabeza consciente y racional cuando estaba en el auto, viajando de regreso a su residencia mientras miraba por la ventana, o cuando se proponía a dormir e incluso cuando se encontraba soñando, ya fuese dormido o despierto.

Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora