Llanto y confort

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Shiro escuchó los pasos de Yukio aproximarse por las escaleras y el pasillo hacia la cocina. El hombre de claros cabellos no miró al joven de lentes y simplemente le indicó que se sentara para desayunar mientras él terminaba de preparar todo, sin embargo, no obedeció y se aproximó hasta él.

—Rin dice que no se siente bien— comentó Yukio, ganándose la mirada de su padre adoptivo.

Fujimoto observó detrás del muchacho, sin dar con el gemelo de éste, por lo que pronto sus cejas se fruncieron en cuestionamiento.

—¿Está fingiendo dolor de estómago de nuevo?

—No. Creo que esta vez es en serio.

Dejó los palillos sobre la encimera y se limpió las manos con un trapo, listo para ir a ver al pelinegro de ojos azules, mas éste emergió por el umbral de la cocina, con las mejillas rojas como manzanas y claramente falto de aliento. A diferencia de su gemelo, Rin seguía en pijama, habiendo dejado su uniforme aun dentro del armario.

—¿Te has afiebrado? — preguntó Shiro.

—No lo sé, pero tengo calor.

Lo notaba, sobre todo por la capa de sudor que perlaba la piel enrojecida. Le hizo una seña a Rin con la mano, indicándole que debía acercarse y, cuando éste obedeció, percibió un aroma peculiar danzar por el aire. Se mostró aún más confundido por los acontecimientos. Posó una mano sobre la frente del menor y sintió la epidermis arder en temperatura alta. Miró meditabundo al pelinegro que se limpió debajo de la nariz con el dorso de la mano, retirando el exceso de sudor que resultaba molesto y pegajoso. Olisqueó un poco la coronilla del gemelo mayor, luego obligándolo a inclinar la cabeza y exponer su cuello en donde volvió a oler; el aroma era sutilmente más fuerte en esa zona.

Estaba conmocionado.

—Ve a vestirte — indicó Shiro, ganándose un puchero del menor.

—De verdad no quiero ir a la escuela.

—No irás. Te llevaré al médico. Ve a vestirte.

—¿Para un resfriado? — Yukio preguntó, preocupado.

—Estoy casi seguro de que no lo es. Ah, y dile a Nagamoto que te dé un supresor de Omega— acotó, antes de que el pelinegro se retirara por completo de la cocina. Posteriormente, revolvió cariñosamente los cabellos castaños—. No te preocupes, Yukio. Rin estará bien. Venga, desayuna o se te hará tarde.

No se veía muy tranquilo, pero acató lo dicho y se sentó a la mesa, esperando unos instantes antes de que Fujimoto dejara platos de comida frente suyo. Mientras el engullía prontamente la comida, el adulto salió de la cocina durante mucho rato; cuando volvió, llevaba con él una hoja de papel bien doblada que entregó al jovencito de anteojos.

—Dáselo al tutor del salón de tu hermano, ¿de acuerdo?

—Está bien— el muchacho asintió, guardando el aviso en uno de los bolsillos de su uniforme.

—¿Tú cómo te sientes?

—Bien.

—Cualquier cosa, dime.

Así, cada uno se encargó de sus respectivos asuntos. El tutor del aula de Rin había aceptado la explicación para su falta ese día y agradeció a Yukio por hacer de mensajero en aquel momento; parecía que no era la gran cosa, pero seguía angustiado por el bienestar de su gemelo. No se iba a morir, ¿verdad?

Al final de la jornada escolar, regresó solo a casa, lo que era un poco extraño luego de estar acostumbrado a ir siempre acompañado de su hermano. Ahí lo recibieron los demás integrantes de la parroquia que pronto preguntaron cómo le había ido y demás, instándolo a sentarse para comer. Obviamente, preguntó por Rin y Shiro, recibiendo en respuesta que estos ya iban de camino a su hogar. Unos veinte minutos después, el par apareció, anunciando su llegada mientras los demás ya estaban a mitad de la comida.

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