Estros ajenos

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Era curioso, sin duda, que siempre que Ryuji concluía con su estro, una semana después, empezaba el de Renzo. Así era como, entonces, era el muchacho de cabellos rosados quien estaba resguardado en su habitación mientras soportaba el asfixiante calor y malestar que las hormonas provocaban.

Al menos Shima tenía la decencia de no masturbarse en la habitación estando Suguro y Konekomaru en el sitio, cosa que agradecían con toda sinceridad.

El par subía las escaleras del dormitorio mientras la gente iba y venía atendiendo sus propios asuntos. Charlaban sobre cosas que habían visto en las clases de aquel día y, al llegar al ultimo peldaño, vislumbraron a Rin que se dirigía en la dirección contraria a ellos.

—¿Okumura-kun? — habló el joven de lentes.

—Hey— el aludido sonrió, con una mascarilla en la barbilla de tono azulado.

—¿Qué haces aquí? — Ryuji preguntó, casi a la defensiva, y sus pupilas parecieron volverse angostas; olfateó minuciosamente—. Apestas a Shima.

—¿Has ido al cuarto?

—Sí, vengo de ahí— confesó, señalando por sobre su hombro con el pulgar—. Hicimos galletas en el club y le mandé un mensaje a Shima para decirle que quería darles algunas. Me dijo que estaba en el cuarto en estro. Pensé que con la mascarilla no podría olerlo y todo estaría bien.

Miwa abrió la boca en un intento de hablar con genuino interés de saber si aquello realmente había funcionado.

—De verdad eres un idiota— musitó el castaño a la par que suspiraba.

—No ha pasado nada— las cejas negras se fruncieron—. Estoy aquí, cuerdo y tranquilo, ¿no es cierto? Entré, hablé con él, dejé las galletas y ya. Sí, huele mucho a sus feromonas, pero no reaccioné a ellas y Shima tampoco reaccionó a las mías. No tienes que actuar así.

El más alto gruñó por lo bajo, muy bajo al punto de que pasó desapercibido por el resto. Los dedos blancos retiraron la mascarilla de las orejas y depositaron ésta en las manos de Suguro con brusquedad antes de, con aire molesto, bajar por las escaleras, pasando al lado de él. ¿A quién le gustaría oler a otro Alfa impregnado en el Omega que le gustaba?

Tampoco tenía que reaccionar de esa forma, pensaba Okumura, retirándose del dormitorio. Con anterioridad, los superiores del muchacho le habían dicho que prepararían galletas soba boro en el club de cocina, por lo que, casi de manera inmediata, optó por conseguir bolsitas traslucidas de plástico para poder guardar ahí las galletitas y poder obsequiar éstas a sus amigos. Había preparado incluso para Shura. Fue a la cafetería, donde estaban Paku, Izumo y Shiemi, entregándoles sus respectivas bolsitas. Luego fue a uno de los dormitorios mientras mandaba velozmente un mensaje a Godain y Shima de manera individual, preguntándoles donde se encontraban para poder ir hacia ellos. Los dos aseveraron que se encontraban en sus propias habitaciones, sin embargo, el pelirosado dijo que, desgraciadamente, estaba en estro.

Luego de ir con Godain y de conseguir la mascarilla, se plantó frente a la puerta del cuarto de los tres muchachos originarios de Kioto y, cauteloso, la abrió ligeramente. Por el espacio que se había formado se escapaban las feromonas de Renzo que eran potentes y anunciaban que un Alfa estaba en estro, buscando atraer Omegas, pero Rin no se vio sugestionado por esto. Para él era como entrar a la sección de perfumes de un centro comercial, sintiendo que el aroma atacaba su pobre nariz la cual, después de un tiempo, se acostumbraba. No, su cuerpo no estaba reaccionando de ninguna forma a las feromonas de su amigo.

Entró a la habitación; Renzo estaba en su litera, sentado y envuelto con las mantas al punto de que solo podía verle el rostro.

—¿Estás muerto? — preguntó el muchacho, cerrando la puerta y caminando hasta la mesita de madera en el centro.

Alfa y OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora