Cuidados del estrés

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El final de ciclo escolar era estresante a niveles exorbitantes; tareas, proyectos y exámenes por montón al punto de que los estudiantes y maestros se sentían ahogados. El estrés no solo afectaba anímicamente a los jóvenes, sino que a veces llegaba a perjudicarles de manera física.

Suguro sufría de migrañas crónicas, pero se solucionaban fácilmente con medicinas recetadas para ello. Sin embargo, para esa etapa de su vida escolar, el dolor de cabeza era tanto que quería arrancársela. Por suerte, sus calificaciones no se veían afectadas, permaneciendo casi perfectas como la mayor parte del tiempo.

Quedaba media semana para recibir sus calificaciones totales del ciclo, iniciando las vacaciones de invierno. Bon estaba más callado de lo normal y más irritable también, por lo que procuraban no molestarlo para no ganarse un puñetazo en la cara o similar. A su vez, el castaño no parecía muy interesado en comer, pues a penas si llenaba con agua su estómago. Eso no era bueno para su salud, todos lo sabían y trataban de ayudar, pero Rin, ya en ese momento, se había cansado de ver el aspecto del otro.

A Ryuji realmente, realmente le dolía muchísimo la cabeza. Por un instante creyó que le explotaría; el ruido y la luz era extremadamente molesto, incluso si no era nada grandioso.

—Ya no tenemos clases— afirmó el pelinegro.

—No. Bueno, a nosotros nos darán las calificaciones de Japones.

—Pero les fue bien, ¿no?

—Yo creo que sí— volvió a contestar el chico de anteojos y calva—. Nos fue bien en el examen y entregamos todos los deberes.

—Seguro paso con lo mínimo —Shima comentó.

—No creo que pase nada si faltan, ¿verdad?

—Probablemente no.

—¿Se pueden encargar de ver la calificación de Suguro?

Los dos amigos miraron al castaño que seguía repasando para el examen de Ingles que sería al día siguiente, luego clavando su atención en Okumura.

—Por supuesto— Konekomaru asintió cuando el pelirosado habló.

—Estupendo.

Con eso dicho, se volteó hacia Ryuji a quien tomó de las piernas para cargarlo sobre el hombro cual costal de papas. Recibió quejas y maldiciones de parte del castaño, al igual que golpes en la espalda que, si bien dolían, podía ignorarlos. Hizo caso omiso a la petición del muchacho más alto de ser dejado en el suelo y caminó con velocidad hacia el dormitorio de éste.

—¿Quieres dejar de golpearme? — gruñó un poco molesto, maniobrando para abrir la puerta principal del edificio—. Me llenarás de moretones.

—No hasta que me bajes.

Frunció las cejas y la nariz en disgusto, teniendo que aguantarse los maltratos del mayor. Subió con cuidado las escaleras hasta llegar al piso deseado, donde caminó saludando a un par de personas que ya andaban por ahí. Se adentró al cuarto de los de Kioto y depositó, finalmente, a Suguro en su colchón.

Le retiró el bolso, que dejó en un gancho colgado en la pared, al igual que el calzado y el uniforme.

—¿Qué carajos haces?

—Cállate y levántate un momento.

El muchacho obedeció a regañadientes, sintiendo que la cabeza le palpitaba de manera horrible. Las manos blancas deshicieron el cinturón y el cierre del pantalón que pronto terminó siendo abandonado en la cama superior de la litera. Con Suguro en ropa interior, fue al armario y buscó entre los cajones hasta dar con el pijama que usó para cubrir el cuerpo de éste.

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