Disculpas y gustos

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Torako estaba molesta, muy molesta con su hijo a quien tomó bruscamente de sus perforaciones lo suficientemente fuerte para ocasionarle dolor.

—Bueno, ¿tú qué piensas? — le reprendió, llevándose la mano libre a la cadera y mirando severamente al castaño que se encorvaba por la diferencia de altura—. ¿Acaso yo te eduqué así, Ryuji?

El muchacho se quejó, incapaz de responder a la mujer que seguía jalándole la oreja. No importaba que tan Alfa pudiera ser, que tanto respeto obtenía de los Omegas y Betas a su alrededor, o cuanta admiración recibía de los miembros del templo, Suguro no era rival para su madre.

—Ahm...— Yukio sentía que debía disculparse en nombre de su gemelo, pero no sabía si era prudente interrumpir a Torako—. Lamento mucho el comportamiento de Rin.

Los ojos de la mujer se clavaron en él, dejando de mostrarse amenazantes para verse ligeramente culpables.

—Oh, no, Yukio-kun— dijo ella, apenada—. Ryuji ha estado actuando mal. Comportándose como un malcriado con su padre. Si Rin-kun no lo hubiera golpeado, hubiera sido yo eventualmente. Este chico debe entender que esa no es forma de hablarle a Tatsuma. Además, ha usado su voz con tu hermano. Cualquiera se molestaría.

—Pero...

—De verdad, no te preocupes—Torako suspiró suavemente—. Hablaré con Ryuji, hacelo saber a Rin-kun. Si necesita algo, puede pedirme ayuda sin compromisos. Espero que Shiemi-chan no se sienta muy mal, pero de ser así avísenme. ¿De acuerdo?

—Ah... Muchas gracias.

La mujer negó con la cabeza y lo obsequió una pequeña sonrisa al verle hacer una reverencia. Finalmente, Yukio se marchó por donde su hermano lo había hecho, aliviándose un poco al ver que no serían corridos del hostal por la discusión. Torako anunció al resto de presentes que, de igual forma, podían retirarse y regresar a hacer lo que sea que estuvieran haciendo mientras ella se encargaría de hablar con Ryuji y Tatsuma en una habitación lejana para privacidad; nadie, ni siquiera los adultos, mostró su desacuerdo y, tras dirigirle una mirada de compasión al muchacho castaño, se dispersaron del sitio.

Su madre no parecía dispuesta a tenerle piedad por su majadería.

Luego de un rato caminando en busca de Rin y Shiemi, los encontró a ambos sentados en el engawa del recinto. Se acercó, bajando cuidadosamente de aquella plataforma de madera barnizada para plantarse frente a ambos con los brazos cruzados; Kuro estaba sobre el regazo de la fémina, menando elegantemente el par de colas que poseía mientras ronroneaba por las caricias que ella le propiciaba bajo el mentón.

—¿Necesitan algo? — preguntó el de lentes, notando lo silencioso que el par se encontraba.

—Oh, uhm... Me gustaría un poco de agua en realidad— Moriyama confesó con voz muy bajita.

—¿Rin?

—No quiero nada.

—Bien, vuelvo en un minuto.

Yukio volvió a dejarlos en soledad.

Kioto no era una ciudad solitaria, pero había un silencio agradable que los envolvía. Habían salido al jardín para tomar algo de aire fresco, pues sentían que se ahogaban luego de verse afectados por la voz de un Alfa. El pelinegro se encontraba mejor que la rubia, recuperando prontamente el aliento a diferencia de ella que aun tenía un poco de problemas para respirar con normalidad. Aquello solo hacía enojar a Okumura más de lo que ya estaba.

A él nunca le había gustado que la gente se le impusiera. El pelinegro era, la mayor parte del tiempo, un joven rebelde e impulsivo que no gustaba de verse sometido por nadie. Incluso algunas reglas sociales le parecían estúpidas. Más le molestaba que la gente se viera envuelta en problemas por culpa suya, como era entonces la situación de Moriyama.

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