24: La inesperada acción.

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—¡Aurora! ¡Aurora! ¡Despierta dormilona! ¡A comer!

—Uh... Ya voy —digo algo adormilada.

Los viernes tengo por costumbre dormirme muuuy tarde y por eso los sábados normalmente mi madre me tiene que despertar a la hora de la comida, me sienta fatal, pero no me queda otra que obedecer, mi madre cabreada da miedo, y más aún con su arma más letal; sus zapatillas.

Estuve durante toda la comida pensativa intentando recordar, ya que tenía la sensación de que se me había olvidado algo... No sé si ya mencioné que nunca he tenido mucha memoria, ¡A la hora de estudiar soy un desastre!

Después de comer me puse a ver la televisión, concretamente dibujos animados, lo sé, a los 13 años no es muy normal, llamadme infantil, pero me entretienen que es lo que importa.

De repente se acercó mi hermano y me dijo:

—¡Mira que coche más chulo hay delante de casa!

Me asomé y... era el de Edu, pero... ¿Qué hace aquí? Oh... espera, habíamos quedado hoy a las 17:00 y son las 17:15 ¡Maldición, lo olvidé!

Rápidamente me vestí, con eso nunca tuve problema, yo no soy la típica chica que tarda media hora en elegir qué ponerse, siempre me suelo poner lo primero que veo ¿Para qué complicarse la vida?

Bajé, le pedí disculpas por la tardanza y me llevó en su lujoso coche hasta las montañas del pueblo.

—Ya hemos llegado —me comunica sonriente.

—Ay... Gracias por llevarme de nuevo, echaba de menos este aire puro y las vistas.

—No hay de qué, pero ahora me tienes que contar por qué te peleaste ayer con Javier.

—Pues porque dice que los los de ambas especies sois enemigos bla bla bla... Tonterías.

—Yo eso nunca me lo he tomado muy a pecho, con los años uno se acostumbra a ver de todo y a juzgar solo a quien te haya juzgado.

—Pues él te ha juzgado...¿Por qué no te defendiste?

—No merecía la pena.

De repente me dio un escalofrío y éste lo notó.

—Toma —dice mientras me pone su abrigo.

—¿Qué haces? Ahora pasarás frío.

—Que va, yo nunca siento ni frío ni calor, para mi las prendas de vestir son prácticamente un adorno.

—Bueno... entonces gracias. Aunque ahora que lo pienso... ¿ni metiendote en un lago de agua congelada no sentirias frío?

—ríe— lo probé cuando estuve una temporada viviendo en Finlandia y no, no sentí apenas frío.

De repente me acaricia el cuello con delicadeza.

—Te envidio, aún sigue caliente. —desvía su mirada a mis labios— desprendes tanta calidez y estás tan rebosante de vida... extraño esa sensación.

Éste se me quedó mirando fijamente a los ojos durante varios segundos. Actuaba como si estuviera fuera de sí, como si la añoranza del pasado y de vida fuera demasiado fuerte. De repente me agarró de la chaqueta rápidamente y me besó.

Mi novio es un hombre loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora