Capítulo 4. La tormenta.

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«La tormenta»

Ada estaba cantando

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Ada estaba cantando... y cuando lo hacía era hermoso.

Me recargué en el marco de la puerta para admirarla y el amor que sentí por ella fue tan inmenso que el pecho me dolió. Sentada en una silla, tenía a Estrella en su regazo y la arrullaba mientras cantaba la canción de cuna. Noté que los ojos de nuestra princesa ya estaban cerrados, pero ella no se detuvo sino hasta que me encontró.

  «¿Ya se acostaron?» —preguntó dentro de mi mente.

«Sí»

«Oh, quería darles las buenas noches»

«Lo hice por ti» —la calmé—. «¿Y Estrella?»

«Dormida, cenó y después de su leche cayó rendida»

«Amo cuando le cantas» —confesé.

Ella ladeó su cabeza y me miró con ternura, aunque también alcancé a notar lo cansados que estaban sus ojos.

«Voy a acostarla»

«Dámela, yo lo hago»

Me acerqué para tomar a mi pequeña hija con todo el cuidado del mundo, porque si la despertábamos y se ponía de malas, estaríamos en graves problemas.

«Extraño dormir con ella» —Ada la miró con sus ojos de cachorrito, pero yo negué.

«Apenas se está acostumbrando a su nueva rutina y a dormir con sus hermanos. No deberíamos alterarla»

«Lo sé, lo sé» —bostezó—. «Llévatela antes de que me arrepienta»

«Acuéstate, estás exhausta»

«No tan rápido, mi rey» —sonrió traviesa—. «Tú y yo tenemos un asunto pendiente»

Recorrí su cuerpo, apreciando como la bata de seda que traía puesta se pegaba a su piel y no dejaba nada a la imaginación.

«No tardo»

Volví a la habitación de nuestros hijos y fui tan silencioso como un ratón para no despertar a ninguno. De puntitas, logré dejar a Estrella sobre su cama-cuna y la arropé con mucho cuidado y cariño. Me congelé cuando ella se removió y abrió sus ojos plateados, pero casi enseguida volvió a cerrarlos y dejó caer su cabecita hacia el lado contrario. Debía estar agotada tras sus juegos con Arus.

Me quedé algunos minutos más, solo para asegurarme de que no despertara llorando y molestara a sus hermanos, pero Estrella pareció recibir de buen grado su cama. Ya se estaba acostumbrando a ella, era un gran paso para todos nosotros.

No me tardé mucho, pero fue lo suficiente para encontrar a Ada dormida en cuanto regresé a nuestra recámara. Aún estaba en la silla, con una mano apoyada en el reposabrazos y su cabeza cayendo sobre ella.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora