Capítulo 15. El último adiós.

534 84 39
                                    




«El último adiós»


Pese a que mi cansancio era considerable, me desperté al alba, con la primera luz del día escapándose del horizonte para comenzar a iluminar nuestro balcón y a la silueta de mi esposa recargada en él

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Pese a que mi cansancio era considerable, me desperté al alba, con la primera luz del día escapándose del horizonte para comenzar a iluminar nuestro balcón y a la silueta de mi esposa recargada en él.

Tal vez su ausencia en la cama fue lo que me hizo despertar.

Curioso por sus pensamientos, me levanté y caminé descalzo hasta alcanzarla. Ada se cambió la bata por una de color negro, por lo que al dejar caer su cabello sobre su espalda contrastó de una manera hipnótica. Pasé mi mano por sus húmedos y recién bañados rizos, la escuché soltar una larga respiración.

—Estoy bien —se me adelantó.

—Pero si ni siquiera te lo he preguntado. —Sonreí.

—Imagino que estabas a punto de hacerlo.

Solté su cabello.

—¿Puedo comprobarlo con mis propios ojos?

Ada se giró sin chistar, recargando su cadera sobre el barandal de granito gris y sus manos a cada lado suyo. Su rostro tenía poco color, haciéndola lucir más pálida de lo que me hubiera gustado encontrarla, pero eso no era lo que yo quería ver.

Ella no me detuvo cuando aflojé el cinturón y abrí su bata, dejando expuesta la piel crema con el feo moretón en el centro de sus pechos. Era del mismo tamaño, pero no del mismo color. Ahora los bordes se notaban entre verdosos y amarillos, sanando considerablemente tras haber pasado solo un día.

Pasé mis yemas por la piel oscura, sin presionar para no lastimarla. Esa parte de su cuerpo estaba caliente y un poco hinchada, pero agudicé el oído para analizar los latidos de su corazón; no tan fuertes como solían ser, pero tampoco tan débiles como para preocuparme. Se volvieron más rápidos con mi toque y rápidamente retiré los dedos, recordando que ella debía mantenerse lo más tranquila posible.

Carraspeé al notar como sus poros reaccionaban a mi inocente caricia y tuve que volver a cubrir su cuerpo con la bata.

—Ya he estado desnuda aquí antes —objetó con sensualidad— haciendo cosas peores... contigo.

—No te cubro por pudor —expliqué—, te estoy protegiendo de mí.

—No necesito que me protejas de ti.

Negué, leyendo sus intenciones en esos traviesos ojos azules.

—No —reafirmé.

—¿Por qué no?

—Tú sabes por qué.

Se encogió de hombros.

—No puedes culparme por intentarlo.

—Aiden dijo que no debías alterarte y estoy seguro de que el sexo entra en esa categoría. —Resopló e hizo un mohín graciosísimo con sus labios, lo cual me sacó otra sonrisa—. Deberíamos ponerte más flor de yue —volví al tema—. ¿Te duele?

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora