Capítulo extra. Bruja roba sueños.

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«Bruja roba sueños»

AIDEN. PARTE VII.

Entré a Féryco sin ningún problema y me dirigí directo al oasis

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Entré a Féryco sin ningún problema y me dirigí directo al oasis. La busqué tranquilamente, dejando que la caminata y ese breve momento a solas calmaran mi acelerado corazón.

Los jardínes del palacio eran enormes, así que me tomó tiempo encontrarla. Al final, me dejé guiar por el auténtico aroma a jazmines y cuando di vuelta en una de las fuentes la vi, hincada sobre la tierra y de espaldas a mí.

Me detuve en seco al reconocerla y un ligero jadeo escapó de mis labios, lo suficiente fuerte como para que ella lo escuchara y mirara por encima de su hombro. Sus cejas se arquearon al verme, pero no dijo nada. Solo se puso de pie lentamente y se giró en mi dirección. Ninguno de los dos nos acercamos al otro.

—Estás vestida de blanco —fue lo primero que logré decir.

Ella se miró, como si no lo supiera y quisiera comprobarlo. Traía puesto un corto vestido con botones hasta el final, de mangas largas pero ligeras. Se encontraba descalza y eso era casi tan raro como verla de blanco. Sus pies estaban llenos de tierra, así como sus rodillas y sus manos.

—Tal vez no fue mi mejor idea —dijo rascándose la nariz, provocando que su punta también quedara negra y con tierra. Tuve que reprimir una sonrisa al ver eso.

—Me gusta —admití. Era algo novedoso verla de esa manera, pero para nada desagradable.

Ella se sonrojó rápidamente y yo aún no estaba acostumbrado a ese lado tan humano, aunque esos ojos gris pálido y el cabello rubio sin brillar no dejaban de recordármelo.

—Estaba plantando mis flores —me contó, probablemente en un intento de aligerar el ambiente.

—¿Flores? —repetí interesado. Esa era información nueva—. No sabía que te gustaba plantar flores.

    —No me gustaba —dijo jugando con sus dedos y haciendo una mueca al ver sus uñas negras por la mugre—, pero tuve que buscar pasatiempos nuevos. Ya sabes, algo que hacer ahora que no puedo matar demonios.

La sonrisa que me arrancó fue sincera, no pude evitarlo. Me acerqué algunos pasos tranquilamente, los suficientes para acortar la distancia, pero aún así dándonos espacio. Ella los aceptó.

    —¿Puedo verlas? —Se giró un cuarto de vuelta para señalar los jazmines blancos que estaban a su espalda. Me sorprendió ver que no eran pocos—. Has estado ocupada.

—Me relaja —explicó—, aunque me han ayudado con un poco de magia para que crezcan así de grandes. Y rápido.

La nostalgia se reflejó en su rostro y fácilmente pude adivinar que Enid extrañaba la magia.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora