Capítulo 43. Hola lobito.

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«Hola lobito»

Las manos me sudaban cuando me detuve frente a la puerta de la recámara de mis hijos

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Las manos me sudaban cuando me detuve frente a la puerta de la recámara de mis hijos. Estaba cerrada, así que me tomé un minuto entero antes de girar el pomo y abrirla. Tragué saliva cuando cuatro pares de ojos cayeron sobre mí.

    «¿Ezra?» —preguntó Ada dentro de mi mente, algo insegura.

Ella estaba con Estrella, terminando de ponerle el pijama rosa. Noah y Alen ya se encontraban acostados, pero saltaron de la cama al verme.

    —Quería darles las buenas noches —expliqué en voz alta, para que todos me escucharan.

Ada sonrió, mientras se daba cuenta de la felicidad de nuestros pequeños al verme de nuevo. Esa fue la única invitación que necesité para entrar por completo y cerrar la puerta a mis espaldas.

Estrella chilló con emoción cuando atrapé a Alen en su carrera hacia mí y lo estreché en el aire con fuerza. Después me puse de cuclillas para dejarlo de nuevo en el suelo y pasé mis manos una y otra vez por sus rizos plateados. Esos inocentes ojitos azules me miraron como si no lo pudieran creer.

    —Estoy aquí —les dije.

Noah apareció y me abrazó por atrás, colgándose en mi espalda como un mono pero con una fuerza sorprendente. Reí con una combinación de nervios y felicidad.

    —Niños, con cuidado —advirtió Ada, aunque la sonrisa de su rostro dejaba muy claro que le había encantado escucharme reír de nuevo.

Abracé a Alen para ponerme de pie otra vez, aún con Noah aferrado a mi espalda. Ellos no me soltaron ni cuando me senté en la cama del centro; la de Alen. 

    —Noah, ven —lo llamé. Obediente, mi hijo mayor me soltó para colocarse junto a su hermano. Acaricié el cabello de ambos una y otra vez—. Quiero decirles que los amo con todo mi corazón. Muchísimo. Lamento... haberme ido tanto tiempo.

    —Mamá dijo que estabas en una misión para protegernos —comentó Alen tan inocentemente, que me dieron ganas de besar su coronilla.

Noah me miró, casi pude ver los recuerdos de mi secuestro reflejado en sus ojos. Acaricié su mejilla en un intento de consolarlo.

    —Lo estaba —confirmé, exhalando—. Nada de esto fue tu culpa, Noah. Yo decidí irme para mantenerlos a salvo, pero ahora estoy aquí.

Ada se sentó en la cama en ese momento, con Estrella en brazos. Mi pequeña no tardó en gatear sobre el edredón azul hasta llegar a nosotros y aferrarse a mi estómago. Yo pasé una de mis manos por su cabello pelirrojo, una y otra vez.

    —¿Te irás de nuevo? —quiso saber Noah.

Ada y yo nos miramos, sabiendo que ninguno de los dos podíamos prometer lo contrario. No con la guerra que se avecinaba.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora