Capítulo 17. Una trampa impecable.

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«Una trampa impecable»


Un ronco rugido nació en lo más profundo de mi pecho e hizo vibrar todo mi cuerpo, incluso antes de que lo comprendiera

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Un ronco rugido nació en lo más profundo de mi pecho e hizo vibrar todo mi cuerpo, incluso antes de que lo comprendiera. La diversión de Asmodeo creció al escucharme y se concentró en mí.

—¿Y tú? —siseó—. ¿Me jurarías lealtad en cuerpo y alma?

—Nuestras almas no están en venta —lo cortó Ada, robándome las palabras de la boca.

Asmodeo chasqueó la lengua.

—Una lástima. —Volvió a beber un largo trago de su copa—. En ese caso, me temo que no podré ayudarlos.

Justo cuando el demonio devolvía la copa a su respectivo lugar, la mesa frente a nosotros se incendió de golpe, ocasionando que él derramara el vino al recibir una quemadura en la mano. La diversión de sus ojos se esfumó de golpe.

—¿Cómo te atreves? —bufó encolerizado.

Ada se puso de pie y el terrorífico reflejo de las llamas danzó dentro de sus ojos, ocasionando un resplandor azul y rojo en ellos.

—Escúchame bien, sanguijuela —amenazó—. Si no nos dices lo que sabes ahora, te juro que le voy a prender fuego a todo tu maldito castillo.

El demonio intentó imitarla para quedar a su altura, pero yo empujé mi viento en contra de él para obligarlo a mantenerse sentado. Un pestañeo me bastó para crear tres aros de fuego, uno mediano alrededor de su cuello y otros dos pequeños rodeando sus muñecas. Si se movía tan solo un centímetro, se quemaría.

Asmodeo tensó su rostro de calavera cuando yo también me puse de pie y él se vio obligado a quedarse en su lugar.

—Ni siquiera tú, perra, podrías vencer sola a todo el ejército del infierno. Así que termina con esto antes de que los llame.

A pesar de que su insulto me hizo arder por dentro, Ada lo recibió con gusto e incluso se mostró complacida.

—Pero hasta tú sabes que me llevaría una muy buena parte de tu ejército conmigo... incluyéndote a ti. No quieres eso, Asmodeo. No permitas que tu reinado sea tan corto. Podemos seguir en paz, ¿no? Lo único que necesito es que me señales a un culpable.

—Ah, eso es fácil —recuperó su expresión arrogante— porque, para resumir, la culpable eres tú.

Ada frunció su ceño, tanto que sus cejas casi se juntaron.

—¿De qué estás hablando?

—Tú desataste todo esto, estúpida. ¿Quieres que te diga cómo lo sé? Esta mañana recibí una visita muy interesante que me contó absolutamente todo. Me dijo que tú vendrías a mí, buscando respuestas, y me pidió un favor.

—Tú no eres de los que hace favores —aquello sonó más a una pregunta que a una afirmación. Asmodeo también se percató de eso y recuperó su sonrisa.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora