Capítulo 9. El ataque del muerto.

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«El ataque del muerto»

A la mañana siguiente, mi cuerpo aún estaba agradecido por todo lo que sucedió anoche

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A la mañana siguiente, mi cuerpo aún estaba agradecido por todo lo que sucedió anoche. Y despertar con Ada abrazada a mi pecho, aún completamente desnudos, solo ayudó a mejorar mi buen humor.

Suspiré al comprender que teníamos los minutos contados para disfrutar de esa paz, aunque tampoco podía negar que extrañaba a mis hijos y moría por verlos. Sin embargo, no debían tardar en llegar, así que me concentré en disfrutar los últimos momentos con mi esposa.

La desperté con mimos y besos, ella rio y parpadeó varias veces antes de observarme con unos ojos azules tan brillantes que demostraban lo satisfecha que también se sentía. Que bueno que nuestros cuerpos eran más resistentes que los de un humano común, eso fue lo que nos ayudó a tener una laaarga noche.

—No me digas que quieres más —se burló.

—Es eso o esperar hasta la próxima pijamada —le recordé—. Tú decides.

En un santiamén, Ada ya estaba sobre mí. La sábana resbaló por su espalda y yo la devoré entera con la mirada. En esa posición podía verlo tooodo, pero ella exhaló de golpe antes siquiera de que yo la tocara.

Su piel palideció y su frente se arrugó, mientras llevaba una mano a la altura de su corazón.

—¿Sientes eso? —preguntó asustada. Me senté de golpe, preocupado.

—¿Qué es?

—Algo va mal. —Su respiración se alteró.

—No siento nada, Ada.

Ella saltó de mi regazo y recogió la bata blanca que había quedado al pie de la cama para cubrirse con ella. Confundido, la vi correr hasta la cómoda y me congelé cuando sacó la corona que Melisande le regaló hace doce años.

Los cuarzos traslúcidos con los que estaba hecha comenzaron a brillar de una manera que antes no había visto, así que la miré confundido.

—¿Eso qué significa?

Ada me miró, sus ojos estaban llenos de terror.

—Oscuridad —explicó—. La oscuridad está cerca y la corona está intentando iluminarla.

La miré de vuelta, sin saber qué decir. Mi cabeza estaba intentando atar los cabos sueltos cuando un fuerte grito resonó en nuestras mentes. Ada soltó la corona y llevó las manos a sus oídos, pero era imposible callarlo porque se trataba de un ruido telepático. Ella miró hacia las praderas y sin decirme nada más, desapareció.

—¡ADA! —Pero fue inútil gritar, mi esposa ya no estaba ahí.

Salté para ponerme de pie y con magia me vestí con la primera ropa que encontré. Un segundo después, Loan apareció frente a mí con la misma expresión preocupada.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora