Capítulo 44. La gran bruja.

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«La gran bruja»

Después de un paseo largo y divertido, decidimos detenernos bajo la sombra de uno de los esporádicos árboles que crecían en las praderas, en medio de juncales y gardenias de todos los colores

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Después de un paseo largo y divertido, decidimos detenernos bajo la sombra de uno de los esporádicos árboles que crecían en las praderas, en medio de juncales y gardenias de todos los colores.

Ada hizo aparecer la canasta que preparó en la mañana y desayunamos juntos en medio de esa paz que tanto caracterizaba a Féryco. Me miró comer con alivio, puesto que las hierbas que Jared me trajo el día anterior fueron de gran ayuda y no solo me ayudaron a disfrutar la lasaña, también un pedazo pequeñito del pastel de chocolate que nos hizo Amira. No vomité ninguno de los dos.

Así que esa mañana me comí el baguette de queso y portobello sin chistar, después de volver a masticar las hierbas de Samara. Noah estaba tan hambriento tras su transformación que se comió dos enteros y varias frutas, aunque también se encontraba feliz porque logró volver a su forma humana en un santiamén. Tal parece que había superado su miedo.

Cuando los niños terminaron de desayunar, le suplicaron a Noah que volviera a su forma lobuna. Él los complació y comenzó a perseguirlos por la pradera. Ada y yo suspiramos al mismo tiempo ante la tierna escena. Al escucharnos, nos miramos con amor.

    —La buena noticia es que no nos pedirán un perrito.

Eché mi cabeza hacia atrás y reí con ganas ante tal ocurrencia. Después, pasé mi brazo por sus hombros para acercarla a mí y besar su sien. Su cabello olía a fresas dulces y chocolate.

    —Exquisita como siempre —le dije al oído, mientras seguía olisqueando con tranquilidad.

    —Se nota que estás recuperando tus fuerzas. —Ella aleteó sus pestañas intencionalmente, en un gesto coqueto. Ese día no había vestido, ella se puso un short de cintura alta que dejaba al descubierto esas piernas que tanto me encantaban, sobre todo cuando las envolvía alrededor de mi cintura.

Deslicé la yema de mi índice, desde su rodilla hasta el inicio del short. El resto de mis dedos se unió a la caricia y muy lentamente me giré hacia la cara interna de su muslo. Su cadera se agitó y miró hacia donde estaban los niños, solo para asegurarse de que no nos estuvieran viendo.

    —Ellos están distraídos —la tranquilicé, subiendo y bajando por la sensible piel. Ada soltó aire temblorosamente.

    —Creo que haber estado tanto tiempo separados nos ha hecho aún más descarados que antes. Hemos estado algo desatados estos días.

    —¿Algo? —Me reí bajito al recordar la noche pasada, nuestro encuentro en el balcón y la manera en la que Ada me montó antes de eso—. Yo diría que estás muuuy desatada.

    —¿Solo yo? —Ella me miró, indignada—. ¿Quién es el que me está tocando? Mis manos están tranquilas.

    —¿Quieres tocar? —le ofrecí.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora