Capítulo 38. Estoy roto.

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«Estoy roto»

Cuando el cielo oscuro se volvió gris por el próximo amanecer y me convencí a mí mismo que nuestra recámara no era la caverna, logré dormir un poco

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Cuando el cielo oscuro se volvió gris por el próximo amanecer y me convencí a mí mismo que nuestra recámara no era la caverna, logré dormir un poco. Desperté con la luz del sol entrando a raudales por el balcón, pero la cama estaba fría y vacía del lado derecho.

¿Debería preocuparme? Si ella necesitaba tiempo y espacio yo se lo daría, pero tenía que saber si estaba bien para quedarme lo más tranquilo posible.

«¿Dónde estás?» —probé.

El lazo estaba bloqueado de nuevo y pensé que me estaba evitando, así que me sorprendí cuando ella me respondió.

«En la habitación de los niños. Dormí con Estrella»

«¿Estás bien?»

«Sí»

«¿Me estás mintiendo?»

Un minuto de silencio.

«Tal vez. Avísame cuando estés listo para hablar»

Respiré hondo, aunque ese sonido no podría escucharlo.

«Lo haré»

«Descansa un rato más, Enid y Jared llegarán hasta más tarde»

«De acuerdo»

Yo no la merecía. Ni esa calma con la que me hablaba, ni esa preocupación. Ni siquiera ese amor que expresó anoche. Intenté dormir de nuevo, pero al notar que mis pensamientos solo estaban dando vueltas en los sucesos del día anterior, decidí salir de ahí.

«¿Quieres desayunar conmigo?»

Esperé a que el mensaje llegara a su receptor, mientras entraba a la cocina con las manos escondidas en los bolsillos de mi pantalón. Un instante después, Loan apareció junto a mí.

—Ya desayuné —explicó con una sonrisa que me pareció tranquilizadora— pero me encantaría acompañarte.

—Te encantará aún más cuando me veas vomitarlo todo —le avisé.

Él rió bajito, pero me miró con preocupación cuando se sentó en la barra. Yo me acerqué al refrigerador y al ver mi reflejo me di cuenta que ni siquiera me había molestado en peinarme. Aplasté mi cabello con una mano mientras con la otra buscaba algo que me apeteciera comer. Terminé eligiendo una manzana y tomé una taza para acompañarla con el tónico que Aiden me había dejado el día anterior.

Me senté frente a mi hermano, disfrutando de su silenciosa compañía, pero ignorando sus miradas inquietas.

—¿Pudiste dormir algo? —preguntó por fin.

—No mucho.

—¿Estás bien? —La misma pregunta que yo le hice a Ada.

—Sí. —La misma mentira que ella respondió.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora