Capítulo 6. El secreto de Carwyn.

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«El secreto de Carwyn»

Ada y yo nos separamos

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Ada y yo nos separamos. Sabíamos que era imposible visitar a todas las hadas de Féryco, pero al dividirnos podríamos abarcar más en menos tiempo. A pesar de la tormenta, casi todos estaban tranquilos y siguiendo nuestras indicaciones, como no acercarse al río y mucho menos nadar en él hasta que recuperara su cauce.

De todas formas, la lluvia no los incitaba a abandonar sus respectivos recintos, así que las hadas se estaban quedando bajo tierra. Hicieron fogatas a pesar de que era de día, algunos para reunirse alrededor de ellas y narrar historias, otros para cocinar en grande y ofrecer comida a cualquiera que pasara por ahí. Unos más para llevar a cabo sus propias danzas alrededor del fuego.

Todos parecían estar bien, así que después de algunas horas Ada y yo volvimos al palacio, ambos mucho más tranquilos que cuando nos fuimos.

Me senté a la orilla de nuestra cama y tallé mi rostro con mis manos. Ella se colocó a mis espaldas para apretar sus dedos en mis hombros, intentando eliminar el estrés con un masaje improvisado. Gemí cuando sus pulgares presionaron con fuerza los tensos nudos que se formaron en mi cuello.

—¿Quieres que me quede? —preguntó en mi oído—. Jared lo entenderá.

Esa tarde Noah y Eira tenían su entrenamiento semanal en Sunforest, negué al recordar lo mucho que le emocionaba a mi hijo entrenar con su prima. Jared y Ada estaban haciendo un excelente trabajo con ellos.

—Claro que no, ve —la incité—. Ya comprobamos que aquí todo está en calma.

—Pero tú estás tan tenso —se lamentó.

—Si ese es el problema, prometo seguir tenso para cuando vuelvas —bromeé.

Ella besó mi nuca.

—Sinceramente, espero que no —dijo rindiéndose y poniéndose de pie—. También me llevaré a Alen y Estrella, para que puedas descansar un poco.

—¿Estás segura? No me molesta quedarme con ellos.

—Joham y Amira estarán encantados de tenerlos un rato —objetó—. Comeremos en Sunforest, ¿quieres que te traiga algo?

Volví a negar.

—Seguro hay algo en la cocina.

Ella acarició mi mejilla antes de marcharse.

—Avísame si me necesitas —dijo muy seria—, sabes que vendré enseguida.

Giré mi rostro para poder besar la palma de su mano, que hace unos segundos estaba acunando mi cara.

—Lo sé, pequeña.

Ada se fue después de eso y aunque la cama me estaba tentando y moría por acostar mi cabeza tan solo unos segundos, salí de mi habitación para llamar a mi corte. Nos reunimos en el salón del trono, pero me detuve en seco al comprender que de nuevo solo eran cinco.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora