Capítulo 45. Boca a boca.

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«Boca a boca»

—¡ENID! —grité con todas mis fuerzas, pero una parte de mi sabía que ya era demasiado tarde

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—¡ENID! —grité con todas mis fuerzas, pero una parte de mi sabía que ya era demasiado tarde.

El cabello de Morwan se convirtió en tentáculos dorados que aprisionaron a Enid por el cuello y la levantaron del suelo. Supe que también reconoció a su abuela cuando jadeó y no dudé en saltar hacia ella para poder alcanzarla.

Sin embargo, Morwan estaba preparada para mi ataque, porque al segundo siguiente una ola de oscuridad me hizo retroceder hasta estamparme contra la pared de carbón, tan fuerte que quedé aturdido durante el siguiente minuto.

—Yo, Morwan hija de brujas, acepto la inmortalidad a la que has renunciado voluntariamente. —Alcé mi cabeza, atónito—. Accipio te magicae, legatum e immortality nam cetera vitae meae.

Un destello me obligó a cerrar los ojos y el grito desgarrador de Enid me hizo actuar a ciegas. Empujé mi viento por toda la estancia y un huracán se desató a diestra y siniestra, buscando golpear a Morwan para separarla de su nieta.

Me puse de pie justo a tiempo para verla volar por los aires y reconocí el pequeño cuerpo de Enid echa un ovillo en su lugar. Corrí hasta ella y la sacudí con fuerza, deseando con todo mi ser que la brujilla no estuviera muerta.

—Enid. —Ella abrió sus ojos y contuve el aliento al verla; los refulgentes ojos plateados habían desaparecido para dar paso a unos grises mucho más opacos, su cabello ya no era más dorado sino de un rubio oscuro muy similar al caramelo y las orejas puntiagudas de bruja también habían desaparecido.

Enid era humana, Morwan acababa de engañarnos para arrebatarle su inmortalidad. Y lo había logrado.

—¿Estás bien? —probablemente era una pregunta estúpida, pero mi shock no me dejó pensar algo más inteligente para decir.

Enid abrió la boca aunque no dijo nada, pasó las manos por su cuerpo una y otra vez como si ella también notara las diferencias y la falta de su magia. La tomé de los codos para ayudarla a ponerse de pie y rápidamente miré a mi alrededor para identificar a Morwan.

La abuela de Enid estaba en pie de nuevo y ya no se parecía más a la gran bruja, sino que había vuelto a ser ella solo que con unas notables diferencias tras haber absorbido la fuerza de su nieta: ahora sus ojos eran dos pozos plateados y su cabello estaba aún más largo, los tentáculos dorados se alzaban hasta alcanzar el techo. Todos apuntaban hacia nosotros, esperando la orden para atacarnos. Silenciosamente levanté un campo de fuerza a nuestro alrededor.

—¿Qué le hiciste a la gran bruja? —preguntó Enid, a mi lado.

Incluso su voz era distinta y no sonaba tan melodiosa como la recordaba.

—Obviamente la maté —dijo Morwan, muy orgullosa de sí misma.

—¿Por qué?

—No podía permitir que ella accediera a ayudarlos. Además, ahora el etter es oficialmente mío. —Esos ojos plateados y sin pupila se clavaron en Enid con odio—. Desde que vi en el libro el hechizo para renunciar a la inmortalidad supe en quién lo quería utilizar, pequeña bastarda traicionera. No tienes derecho a seguir siendo una de nosotras y ahora que estás indefensa no durarás mucho más tiempo con vida.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora