Capítulo 36. La costilla del Rey.

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«La costilla del Rey»

«La costilla del Rey»

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—De pie —pedí.

La voz me tembló al hablar. Cada uno volvió a su asiento, Ada fue la última en hacerlo, no sin antes dedicarme una larga mirada que no pude descifrar. Entonces me di cuenta de lo que faltaba; nuestro lazo. Ella debía tenerlo bloqueado —como me contó que aprendió a hacerlo— para permitirme sentir libremente y sin ataduras.

Para que ambos pudiéramos sentir lo que fuera necesario sin alterar al otro.

Mi esposa se puso de pie y su mano acarició mi barba suavemente antes de girarse para volver a su lugar. En su trono, enderezó la espalda y cruzó una pierna sobre la otra, pero la mirada que les dedicó a todos estaba llena de orgullo y un profundo agradecimiento.

Yo quería decirles... aclararles que aquello no había sido necesario. Ni los antiguos reyes, ni el rey de Sunforest ni siquiera mi corte tenían que inclinarse ante mí en ese momento. Mucho menos mi reina, a quién yo reconocía como mi igual.

Pero mantuve la boca cerrada porque sabía que rechazar el gesto sería descortés y podrían tomarlo como un insulto. Así que en lugar de eso, les envié una brisa pacífica y cálida que acarició sus rostros y meció delicadamente sus cabellos.

—Gracias —añadí. Si me lo merecía o no, también lo pensaría más tarde.

Enid carraspeó para llamar la atención de todos.

—¿Y bueno? ¿Por dónde comenzamos? —Sus palabras estaban dirigidas a mí, sus ojos también.

—¿Cuál era el motivo inicial de esta reunión? —tanteé.

La bruja vaciló y sus ojos plateados —iguales a los de Morwan, pero me esforcé en reprimir esa imagen— se deslizaron hasta Ada. Percibí como Joham y Jared se inclinaron al mismo tiempo, atentos a la respuesta de mi esposa.

Ella se mantuvo en calma aparente, pero yo ya conocía muy bien —tal vez demasiado bien— esas máscaras invisibles que se ponía para ocultar sus verdaderas emociones y pensamientos. Yo tenía una igual en ese instante.

—Cómo ya sabrán, no logré matar a las brujas.

Jared asintió pensativo, pero Joham se tensó aún más. La mano de Amira se colocó en la rodilla de su esposo, un gesto tranquilo en apariencia, pero yo sabía que ella estaba intentando calmar algo. En los ojos de Joham comenzaron a brillar destellos rojos.

—¿Puedo preguntar por qué decidieron hacer esa locura solos? —la pregunta fue fría y llena de rabia al mismo tiempo, como lava congelada al fondo de un volcán.

Jared y Ada intercambiaron una mirada, fue él quien habló.

—No lo planeamos así, simplemente se dio y era arriesgado dejar pasar la oportunidad.

Féryco. Ezra Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora