Epílogo

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Daniela pov:

Me recuesto en el marco de la puerta, observando la hermosa vista que me brinda la terraza de mi habitación, la brisa anunciando el fin del verano golpea mi rostro de manera sublime invitándome a cerrar los ojos... Dos gloriosos años han pasado desde que nos mudamos a Irlanda, no puedo quejarme, pensé que la vida de "campo" jamás sería lo mío, pero la verdad es que respiro paz y tranquilidad como en ningún otro lado. Ha sido un gran cambio, ahora soy más independiente y suelo hacer las cosas cotidianas que hacen las personas con normalidad sin esperar que alguien más las haga por mí.

Al principio sobrellevar la gerencia de las empresas fue complicado, pero al poco tiempo con ayuda de mis padres y trabajadores pude acoplarme y lograr que el crecimiento de las compañías surgiera a gran magnitud, estoy muy feliz, hemos logrado posesionarnos como líder de mercado en más de un país, obviamente no siempre puedo llevar absoluto control por medio del home office, así que una vez cada dos meses me veo en la obligación de viajar a Trivania para atender asuntos de gran prioridad, esto no me molesta del todo, ya que al menos puedo darme uno que otro lujo y visitar a mis seres queridos, aun así procuro demorarme estrictamente lo necesario, pues no quiero llegar a indisponer a mi esposa.

Nuestra relación ha sido todo un paraíso desde que estamos en nuestro nuevo hogar, pero por culpa de mi infidelidad quedaron secuelas, y ella es un poco más celosa de lo que solía ser, a pesar de que en algunas ocasiones me acompaña, su nuevo trabajo impide que logre viajar con la misma regularidad y no deseo dar pie a la desconfianza.

—Señora Daniela, que pena interrumpirla, pero su familia acaba de llegar —menciona Mateo desde la entrada de mi habitación.

—¡Perfecto! —comento con gran entusiasmo.

Me doy la vuelta tan rápido como puedo, dispuesta a bajar las escaleras.

—Señora, por favor, permítame. —Mateo toma mi brazo intentando ayudarme a bajar.

—Oh vamos, Mateo, si no estoy enferma —bromeo, soltando su agarre.

Él se queda estático con algo de vergüenza, pero igualmente con cara de angustia, sé que se preocupa mucho por mi bienestar, le sonrío ampliamente y le muestro como puedo bajar las escaleras sin lastimarme, corresponde a mi sonrisa y comienza a bajar tras de mí.

Una vez en la sala una mueca de felicidad se dibuja en mi rostro.

—¡Hija! Estás Hermosa. —Mi madre se abalanza sobre mí y me otorga un fuerte abrazo maternal.

—¡Sofía, con cuidado! —grita mi padre preocupado, quien se acerca y me revisa minuciosamente, tratando de corroborar que me encuentro bien.

—Pero, cariño, no está enferma, por Dios. —Reprende mamá, volteando los ojos al ver la actitud exagerada de mi padre.

—Debemos protegerla al máximo —dice ofendido, mirando a mi madre—. Permíteme abrazarte. —Con el mayor cuidado me rodea con sus brazos suavemente.

—Te queda precioso el pelo largo. —Mi madre se acerca y toma un mechón de mi cabello admirando todo lo que ha crecido.

—Gracias, aunque estaba pensando en cortarlo de nuevo hasta mis hombros —comento avergonzada.

—¿De qué hablas? Así te ves preciosa, ni se te ocurra.

—Si tú lo dices —digo entre risas—. ¿Y Luciana?

—Ella decidió tomar el vuelo con Andrés, llegan esta noche. —Papá se acerca a mí y pasa su brazo por encima mi hombro—. Es obvio que le gusta ese muchacho, no sabes como le cambia el humor cuando lo ve —susurra de forma cómplice en mi oído.

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora