XXI. Suspicacia

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Bibiana pov:

Ha pasado tiempo desde que el viento no roza mi piel, la luz opaca del techo era limitada, me retorcía de pensar quien querría hacerle esto a Daniela, ¿por qué la presión de ser solo ella? ¿De cohibirla al máximo como ratón de experimento? Algo está mal... Esto es parecido a un castigo y no a un secuestro por recompensa. 

Pasaron quince días, solía contarlos y repisarlos en la pared con tres crayones, acompañantes fieles para cuando decidía viajar a algún lugar épico. Los muros son de color blanco, la cama luce cómoda, el edredón es de plumas blanco, sus sábanas blancas también, donde la privación visual se resumen en la ausencia de color, recordaba haber leído sobre ese tipo de tortura en algún momento, la afectación al cerebro es tan bestial que se podría olvidar quien eres y el propósito de porqué respiras, además de las fobias desarrolladas por el encierro y la aberración de pensar que te vigilan las veinticuatro horas del día.

 Habían huecos en la pared sobre las esquinas superiores, estoy casi segura que se tratan de cámaras camufladas con mantillas agujeradas, incluso en ese pequeño baño que máximo sumaba seis tabletas de diámetro habían dos agujeros al lado de la cisterna y en frente de la regadera, por supuesto sin perder el mismo color de la habitación blanca. 

Asumí el papel de sobreviviente, dediqué al tercer día a oscurecer la habitación, tuve tanto tiempo para pensar en idealizar figuras en mi cabeza reinventándome como artista... El grafiti fue otra modalidad desarrollada.

Los ruidos, gritos y charlas desde el primer día cesaron, nunca más volví a escuchar la voz de quien los dirigía, debieron estar muy ocupados llegando a un acuerdo de pago o intercambio, lo que nunca iba a permitir es que Daniela padeciera lo mismo. Las comidas posaban en la habitación cada vez que el sueño me ganaba la batalla, en una ocasión con mis ojos medio abiertos alcancé a ver un sujeto con traje elegante usando una máscara negra, no tuve tiempo de preguntarle nada antes que sonaran tres cerraduras correspondientes a la única salida.

Cuando la tonalidad de los alimentos era vivaz separaba un trozo para darle vida a mi lienzo de concreto, esparciendo suavemente sobre las delineaciones, no tenía muchos recursos y debía ir en contra de los planes de aquellos malditos que querrían verme entregada al desespero y la demencia.

El encierro ya cobraba en mí las más bonitas memorias, cada hora "supuse" variaba la posición de descanso, en cada esquina revivía el pasado, los viajes, mi taller, la oficina, la casa, mi moto, todos los espacios en que he compartido junto a ella, incluso extrañaba las peleas, las escenas de celos, las risas, las amenazas inofensivas, las palabras inyectadas de veneno, con locura extrañaba las cachetadas mordaces que llegamos a sufrir. Este juego de imágenes logra transportarme a las últimas jornadas, desbordadas de apego y placer, por fin sucumbíamos en plenitud, explorándonos a profundidad, afianzando nuestros afectos. Ansío constantemente su cuerpo encima del mío, su contextura danzando en mi piel, solo me queda pasar saliva, morderme los labios y llorar gracias a esta maldita prisión que nos separa.

Acordaba con mi cabeza pactos que impidieran desequilibrarme o decaer, cuando sentía una lágrima caer sin mi permiso recobraba el vigor, me levantaba y saltaba dando pisadas lentas y rápidas, realizaba lagartijas, abdominales, sentadillas, flexiones de rodilla, hacia toda actividad física que me hiciera olvidar la tristeza. A menudo descubrí que lo que hacía para estar en reposo, a mis secuestradores les irritaba, en determinadas comidas me vetaban la bebida y la ración era más pequeña, por suerte seguía encontrándole color a cada comida y la estrellaba contra la pared, desde luego no sin dejar de probar bocado...

Escucho unos pasos cerca a la puerta, cuchicheos que no logro entender, me acurruco sobre el espacio inferior de la puerta para poder lograr claridad en la conversación.

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora