XXVII. Codicia

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Verónica pov:

Desde mi juventud decidí luchar por mis intereses a capa y espada, en mis estudios destaqué por ser una alumna sobresaliente en casi todas las materias, no me importaba la manera, ni los medios de como conseguirlo, mis motivos estaban definidos, ser superior a todos en ese pueblo; porque quien lograra superarse en secundaria figuraría como uno de los ciudadanos más prósperos aun sin serlo, condecorado por una reducida sociedad rural basada en los saberes básicos tales como las matemáticas y la agricultura, tan siquiera les importaba un poco de fluidez verbal.

En el pueblo estábamos destinados a sobrellevar la vida como campesinos o huir de los trabajos forzados para trabajar como servidumbre en las grandes ciudades. Siempre soñaba con Trivania y radicarme allí, dejar atrás todo mal desazón pueblerino. Mi familia era de las muchas que seguían las costumbres. Figuras paternas podría afirmar que no tuve; cuando cumplía los trece años mi madre se separaba de su tercer marido y de mi padre no conocí ni el apellido. Soy la hija del medio entre siete hermanos y todos ellos de cuatro hombres distintos. Mi progenitora no sabía más que de cocinar sopas y lavar trastos; mis hermanos abandonaban la escuela y se dedicaban a la siembra, el mayor, quien todavía no cumplía la mayoría de edad esperaba a su segundo hijo. ¿Cómo era eso posible?, pues creo que los demás iban por el mismo camino. La carencia de cariño y cuidados en nuestro entorno se reflejaba en las malas decisiones.

El más riquillo del pueblo, hijo del gobernador, atrajo mi atención desde que mis hormonas despertaron y al lado de ellas mis ansias de tener un mejor estatus, claro que no era por mucho la diferencia económica, todo se resumiría en una casa de dos plantas, unas cuantas hectáreas de tierra más y una camioneta de carga, pero mismo estudio, misma vida agricultora, sin sueños, sin desarrollo. 

Se hacia tarde noche y Faustino no llegaba por mí, lo estaba esperando a las afueras de la finca, no soportaba los gritos y peleas que adentro de la casa se albergaban; se suponía que daríamos un paseo en su bicicleta en los alrededores de la iglesia y me invitaría una soda, no quise esperar y decidí caminar un largo trayecto hasta llegar al caserío, a lo lejos una silueta junta de dos personas se podía ver.

¡Faustino! Seguido de aquel grito la sombra que les unía se separaba, supuse que se trataba de él porque son muy pocos los habitantes que tienen una bicicleta.

Verónica. ¿Qué haces aquí? Ya iba por ti, me quedé sin aire en una llanta y un amigo me estaba ayudando. Sudoroso por el clima o por la mentira me responde, no pude ver exactamente con quien estaba, inmediatamente alcé mi voz ingresaron a la casa con rapidez.

Debemos hablar... Ya llevamos mucho tiempo y lo mejor es que podamos formalizar ante tus padres y por mi familia ni te preocupes, a ellos no les importa mucho Con autoridad trato de presionarlo y lograr salir por fin del averno que padecía a diario con mi familia y mi nuevo padrastro pedófilo.

Apenas hemos salido tres meses, pienso que es muy rápido y ni siquiera hemos cumplido la mayoría de edad para lo que tú pretendes. Preocupado por mi presión evade mi propuesta y se dedica a masajear su cuello.

Pero cuando nos acostamos olvidas la edad y solo me pides a gritos que te bese el culo, ¿verdad?

¡Cállate! Te pueden escuchar, por qué mejor no continuamos unos meses así, de igual forma mis padres saben de ti y no habrá ningún problema para cuando formalicemos.

¿Tú me crees idiota? Tengo la muy leve sospecha que no lo harás, es muy claro que mi nombre en tu casa es una fachada, porque sé muy bien cuál es tu secreto.

¿De qué estas hablando? pregunta tartamudeando del miedo a que escucharan, toma mi brazo y me hace caminar a unas cuantas cuadras oscuras.

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora