XXXIII. Desconcierto

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Bibiana pov:

No puedo esperar después de descender del avión para empezar a correr hacia la única casa que se encuentra construida en esta isla, José no duda en seguirme tratando de advertirme del peligro, creo que jamás había sentido tanta ansiedad por ver a Daniela. Al aproximarme a la puerta principal salen corriendo despavoridos dos personas, parecen ser parte de la servidumbre.

—¡Somos inocentes! —Con las manos levantadas continúan gritando, sin antes dejarlos ir pregunto por la ubicación de Daniela.

—¿Dónde la tienen? ¡Hablen! —La señora está tan asustada que cuando intenta seguir huyendo tropieza con una de las figuras de mármol y se cae de cara hacia el piso.

No pierdo más tiempo y decido entrar, buscando habitación por habitación, subo como loca unas escaleras grandísimas y extensas, pero escucho un portazo, camino con un poco más de precaución y dando la vuelta asoma su rostro el psicópata.

—Ya me tienes cansado, ¡maldita! —Lleva en su mano una pistola, apunta hacia mí y dispara.

 José, como si hubiera caído del cielo me empuja hacia la esquina esquivando el impacto que iba dirigido a mí, pero recibiéndolo en su pecho junto con otras tres descargas, lo veo caer en mis piernas, no lo dudo ni por un segundo, me arrodillo al lado de José y mientras lágrimas se resbalan por mi rostro recojo de su mano desmayada el revolver que traía consigo.

—¡Maldito hijo de perra! —Con rabia y tristeza en mis ojos descargo todo el cartucho disparando a diestra y siniestra en dirección a él, propinándole cuatro balazos en su cadera, tendido en el suelo deja caer su arma, a los pocos instantes los tres detectives que venían con nosotros arriban a la escena y sujetan las muñecas de ambos hombres.

—Lo siento, Señora Bibiana, no tiene pulso. —José había fallecido en el minuto por defenderme, cierro mis ojos y me niego a creerlo, la persona que por mucho tiempo nos alentaba, quien siempre nos demostró un cariño de padre, se había ido para siempre... Pongo mis manos en su pecho esperando que se levante en cualquier momento.

Como un alma en pena Daniela baja con ayuda de uno de los detectives, sin inmutar una silaba se arrodilla frente al cuerpo acostándose en su pecho, quedamos frente a frente entrelazando las manos sobre el cuerpo de aquel hombre que tanto habíamos querido...

—¿Por qué tuvo que ser así? —Con una mirada afligida se pregunta así misma, entre tanto aprieta mi mano como indicador de tormento.

—Es una pena, era un gran sujeto. —Con su mano en el rostro el detective Martínez se lamenta.

Mientras tanto yo era taciturna ante todos, estoy demasiado feliz al ver a Daniela, pero excesivamente triste, había pasado los últimos días con José, como si premeditadamente supiera lo que le iba a ocurrir y que su compañía constante hubiera sido una despedida.

Por otro lado, el desequilibrado mental sigue respirando, lo atienden en el lugar a la espera de un helicóptero ambulancia... Se detiene a los empleados y son apresados por complicidad, ambos objetan ser inocentes diciendo que habían sido amenazados de muerte por Chistobal al no cumplir sus demandas.

—Señoritas, debemos levantar el cuerpo. —Nos informa uno de los detectives.

Nos levantamos y en un abrazo expresamos en totalidad nuestras emociones, envueltas en lágrimas la tomo de la cara con mis manos, juntando mi frente le hago saber lo que por temor nunca pude decirle.

—No te imaginas lo bien que se siente verte y saber que te tengo de nuevo conmigo, prometo que cuidaré de ti, estaré contigo en cada momento. —Como recitando los votos de un matrimonio le confieso todo mi amor—. Te amo, Daniela Alzaga, y quiero que todo en adelante sea distinto para las dos. —Separo nuestros rostros, la miro fijamente y le clavo un beso que abre la puerta a todos los recuerdos que creí fantasmas, pues no es mi cuerpo quien la besa, es mi alma que grita de jubilo al contemplarla.

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora