XXX. Mezquindad

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Daniela pov:

Abro mis ojos lentamente y mi visión poco a poco se hace nítida, con mi mirada recorro los rincones de esta habitación que no es la mía. Me siento en la cama, dirijo la mirada hacia mi regazo cubierto por unas sábanas negras y como si de una pantalla se tratase, recuerdos tormentosos se reflejan en ellas y me traen nuevamente a la realidad.

Lágrimas caen por mi rostro una vez más, la imagen en mi cabeza de Bibiana en la cama con Verónica me causa náuseas y un dolor punzante se acomoda en mi pecho.

Mis ojos arden debido al maltrato causado por mi llanto, los parpados me pesan por culpa de la hinchazón. Agarro las sabanas con rabia y las arrojo hacia un lado como si me quemasen, me levanto de la cama y me acerco a un tocador que tengo al frente.

Miro mi reflejo y no me reconozco, mi cara está vuelta mierda haciendo juego con mi corazón, mi orgullo está por el piso y la confianza huyó de mi cuerpo. Miro con odio a la mujer que tengo en frente, ¡esta no soy yo!

Con disgusto mi puño termina golpeando el espejo el cual se rompe en mil pedazos, ipso facto un vidrio se clava en mi mano y sangre sale en cantidades, la puerta se abre y Christobal entra corriendo.

—¡¿Qué hiciste?! —Me toma por la cintura con su mirada clavada en mi herida, me lleva nuevamente hacia la cama donde me obliga a sentarme y rápidamente se dirige al baño, regresa en cuestión de segundos con un botiquín en su mano, se sienta a mi lado y comienza la curación.

—... —No digo palabra alguna y me dedico a mirar mi mano.

—¿Por qué hiciste algo así? Mira como te lastimaste —me pregunta mientras limpia la herida.

—La sangre es escandalosa... No es para tanto. —Por más que limpie no deja de salir.

—Agradece que no fue profunda o tendríamos que salir corriendo para un hospital. ¿Te duele? —me dice poniendo alcohol en la abertura.

—El único dolor que siento es el de mi corazón que quedo igual que ese espejo. —La voz me sale con esfuerzo y se me quebranta con cada palabra. Christobal termina de vendar mi mano y me atrae hacia su pecho, clavo mi rostro en él y empiezo a llorar con fuerza, mis sollozos son incontrolables y el aire me empieza a faltar.

—Desahógate, llora todo lo que tengas que llorar. —Me acaricia el cabello con delicadeza y da pequeños besos en mi frente. Pierdo la cuenta de cuantos minutos llevamos en esta posición, pero por fin siento un poco de alivio regresar a mí.

—Gracias. —Rompo el silencio y me separo para verlo a los ojos—. No sé qué haría sin ti, Christobal, yo... lamento causarte tantas molestias, pero no sabía a donde más ir.

—No digas estupideces, no tienes nada que agradecerme, yo siempre estaré contigo y más sabiendo lo que sucedió ayer, agradezco a Dios que viniste conmigo. —Toma un mechón de mi cabello y lo pone detrás de mi oreja, seguido besa mi mejilla y se levanta de la cama.

—No sé cómo fui tan ciega, me pregunto hace cuanto ese par se estaba burlando de mí... Las odio con todo mi corazón, me causa ira saber que esa perra fue capaz de enamorarme y jugar de esa forma con mis sentimientos... Y la otra zorra, me imagino cuantas veces no se habrá pavoneado a mis espaldas. —Mi odio crece con cada pensamiento, arrugo mi entrecejo mirando hacia la nada y aprieto en puños mis manos haciendo que un poco de sangre se asome por encima de la venda.

Christobal toma mis brazos obligando a que me levante de la cama.

 —No te martirices más, lo bueno es que te diste cuenta ahora, quien sabe qué plan se traían entre manos. —Tiene razón quien sabe cuáles eran sus intenciones, supongo que solo querían la fortuna, ¿pero para qué querría Bibiana enamorarme? Todo es tan confuso.

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora