XXVI. Delirio

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Daniela pov:

Luego de una exquisita sesión de sexo bajamos al comedor donde nos espera Isabela con el desayuno listo, en una de las sillas se encuentra Genaro tentado a dar el primer bocado, pero nos está esperando para comenzar.

—¡Buenos días, preciosuras! Casi que no se levantan —nos dice Genaro mostrando una sonrisa cómplice.

—¡Hola, a todos! ¡Qué noche la de anoche! —comenta mi esposa alegremente y alzando sus cejas tomando asiento, dirijo la mirada a todos extrañada, si ellos están aquí, Christobal también debería estarlo.

—¿Alguien sabe algo de Christobal? —pregunto preocupada al no recordar nada de la noche anterior. ¿Qué tal si le sucedió algo?

—Ammm, sí, está en una de las habitaciones para invitados —responde Bibiana incomoda. A los pocos segundos de su respuesta se acerca Christobal somnoliento y tocando su mandíbula con dolor.

—Buenos días... —saluda con gran seriedad, su cara tiene unos cuantos moretones, como si hubiera sido blanco en una disputa. Sin pensarlo dos veces me acerco corriendo para revisar su rostro.

—¿Pero qué te pasó? —le susurro y con delicadeza absoluta reviso minuciosamente sus golpes.

—No recuerdo nada, hermosa, así desperté.

—¡¿Qué le pasó?! —cuestiono a los demás recorriéndoles con mi mirada. Ninguno responde a mi pregunta.

Genaro al igual que yo se encuentra sorprendido y lo mira impresionado llevando una de sus manos a la boca para acallar un grito.

 —Linda, te juro que así no estab... —Es interrumpido por Isabela, quien me responde segura de sí.

—Ayer cuando bajamos del auto, Christobal estaba prácticamente inconsciente por la cantidad de alcohol en su cuerpo, traté de ayudarlo, pero es obvio que esos músculos pesan, se inclinó hacia al frente y no pude sostener su peso, lamentablemente su cara dio directo contra el asfalto, ¿No es así, Bibí?

—Sí, yo también traté de ayudarlo, pero fue inútil, su peso nos ganó a ambas —responde concentrada en su plato y con... ¿furia? No sé por qué no me termino de creer ese cuento. Tomo la mano de Christobal y me dispongo a llevarlo al estudio.

—¿A dónde van? —interroga Bibiana, levantándose de la mesa.

—Voy a curarle las heridas, mira como está —señalo preocupada e incrédula ante la actitud desinteresada de Bibiana.

—¡No es necesario, eso lo puede hacer Genaro! —dirijo mi mirada hacia Genaro, el cual se atraganta con un pedazo de pan y se levanta dispuesto a ser él quien lo haga. Pero siento un apretón fuerte en la mano, es obvio que así no lo desea mi amigo.

—No, Genaro, eres nuestro invitado, termina el desayuno tranquilo, yo lo haré —espeto siguiendo mi camino al estudio e ignorando la mirada amenazante de Bibiana. ¿Pero qué es lo que le pasa?

Abro la puerta y le indico sentarse en una de las sillas, camino hacia los estantes buscando el botiquín, lo encuentro en uno de los cajones y me acerco nuevamente, tomo otra silla y la aproximo para quedar frente a él, saco el algodón, le aplico un poco de yodo y con el mayor de los cuidados aplico sobre cada moretón, es raro... Debería tener raspaduras, pero estos golpes parecen los del puño de una mano.

—¿Te arde? —interrogo mientras paso el algodón por su cara.

—No. —Se inclina más, quedando a pocos centímetros de mi boca, ignoro su acción y me concentro en la curación—. Solo duele un poco... Es extraño, ¿no crees?

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora