XLI. Introspección

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Bibiana Pov:

Oscurecía y Daniela no tardaba en llegar del trabajo, hoy me tomé "como es tradición", mi tiempo de esparcimiento exponencial, sin embargo, el asombro me sujeta, dos llamadas impensadas me interrumpieron durante la tarde, mi madre atónita por la visita de su nuera y un apuesto caballero, como me lo dejó claro ocho veces en su llamada, fueron a compartir el "té de la tarde", pues para ella su hábito británico también es matutino, y el tema de debate básicamente radicaba más en Andrés que en mi propia esposa... Estoy segura que si hubiera acudido sin la presencia masculina, Daniela sería un blanco fácil de crítica por parte suya, tratándole de ver hasta los defectos que ni siquiera goza, en conclusión, una llamada cubierta de atinente encanto de feromonas. 

 Unas horas atrás, una voz al otro lado de la bocina siendo Daniela tratando de acomodar palabras amables, invitándome a una tercera o cuarta cita, ya ni recuerdo, estoy por pensar que nuestra vida marital se resume en citas incesantes con temáticas propias de una vida caótica infernal, y que una buena cita serían unas cortas vacaciones de consuelo por todo a lo que estemos obligadas a vivir. Una risa nerviosa se me acomodaba en el rostro, pero en instantes se me borraba gracias a su autocracia, trataba de ver lo provechoso del tema, podría convertirse en un nuevo comienzo y darle punto final a raciocinios incoherentes que nos juega la mente respecto a otras personas. 

 Escucho la llegada de un auto y me dirijo hacia el comedor donde ella hace su aparición.

—Por favor, siéntate y planeamos nuestro viaje de mañana. —Con una alzada de cabeza como si fuera a rematar algún tiro de esquina, me saluda, y da orden a Esperanza para que traiga a Damián.

—Hola, Bibiana. Hola, Daniela. ¿Cómo estuvo de tu día? ¿Qué tal? Yo muy bien, gracias ¿y tú? —Fingiendo una conversación, trato de darle unas clases de modales cortas por su tan deportivo saludo—. Pensé que saldríamos a cenar... —menciono mientras tomo asiento frente a ella.

—Con solo verte ya sé que estás bien, mi preocupación ahora es nuestro hijo y nuestro itinerario de mañana. —Con su mirada caída, pasa saliva por lo que acaba de decir, y obvio no puedo aguantarme la risa tras su muestra de amor coloquial característico únicamente en ella—. Y sí, sé que te prometí salir a cenar, pero realmente estoy exhausta, así que cambié los planes, ¿tienes algún inconveniente con eso? —pregunta más en modo amenazante que cortes.

—Entiendo, no hay ningún inconveniente... Bien, pero antes cuéntame, ¿cómo te fue con mi madre? —cuestiono disimuladamente, pero es obvio que la sospecha en mi rostro es clara.

—No hay mucho de decir... continuemos. —No pronuncia palabra y me extiende su teléfono indicándome en el mapa virtual el lugar a donde iremos.

Tomo el teléfono, pero antes de chequearlo decido insistir.

—¿Es solo a mí? ¿O cualquiera que nos conozca sabe a la perfección que tu visita fue algo fuera de este mundo? No te hagas la que no lo sabe. —La recorro analíticamente disparando miradas que la hagan confesar.

—Tengo derecho de visitar a mi suegra, me toca mantener buenas relaciones porque claramente estoy casada con su chivata. —Toma mi mentón y lo pellizca en tono de burla arrugando su frente mientas me aprieta.

—No pues que risa me da el lechón que tengo en frente... —Me suelto de su agarre y sobo mi mentón, dibujando en mi rostro una pequeña sonrisa—. Cambiando de tema y teniendo en cuenta que necesitaríamos a alguien responsable para cuidar a nuestro bebé, le ordené a Verónica que lo hiciera y mi madre estuvo de acuerdo con la idea. —Volteo mi rostro por miedo al ver el suyo, sé que de su cabeza van a salir llamas incandescentes.

Bidan: un matrimonio a la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora