Una amigable charla con el profesor Flitwick

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Pov Draco

- Odio cuando pones esa mirada -Aida volteó a mirar a Christopher.

Ambos escorpiones se miraron fijamente. Afuera del gran pabellón TaiLong, la multitud celebraba animadamente la navidad. Luces de colores iluminaron el cielo y se escuchaban por doquier cascabeles y gritos de felicidad.

-Solo estoy nostálgica - Aída miro desde el balcón, a la multitud caminando por la acera del barrio japon. En una esquina pudo ver un carrito que vendía churros, una niña tiraba animadamente de la mano de su padre, señalaba el carrito de churros. El hombre sonreía tiernamente hacia la niña y atrás de ellos iba una mujer con un niño en brazos.

Aída no pudo evitar acordarse de su padre. De la misma forma que la niña tiraba de su padre y lo animaba a comprar un churro, así hacia ella en el pasado.

Christopher miro hacia donde miraba Aída, al instante pudo entender porque la nostalgia.

Cuando eran niños, a menudo Sebastián los traía para visitar al señor Xue. Cada vez que paseaban por el barrio japon, Aída siempre corría al carrito de churros mientras que Christopher corría al puesto que vendía dulces de arroz. Sebastián siempre les compraba un dulce cuando venían, o el señor Xue les daba dulces de loto y cerezos, dentro del pabellón TaiLong.

-El tiempo pasa volando -dijo Aída.

Christopher, asintió.

Él se acercó a ella y la abrazo por la cintura. Aída se acostó en el pecho de Christopher, juntos miraron los fuegos artificiales que estallaban como flores de colores en el cielo. Aída sintió algo cálido bajar por su mejilla, Christopher retiro la lágrima traicionera.

-Llorona -dijo con una risilla Christopher.

Aída cerró los ojos y sintió un nudo en la garganta. Christopher la abrazo más fuerte. En la sala continua estaba Brandon hablando con el señor Xue, ignorante de la escena de debilidad de su hermana y hermano mayor.

-¿Por qué nos tuvo que suceder todo eso? - pregunto Aída.

Christopher tenía una mirada cruel y fría. Una mirada tan despiadada como su padre. Sus manos, que envolvían la estrecha cintura de Aída, se apretaron en un puño y su mandíbula se apretó con rabia.

-Porque Dios así lo quería -dijo sombrío Christopher.

Aída sabía que Christopher había perdido la fé en Dios. Sus palabras sonaron más con burla y sarcasmo, una maldición hacia el cielo y el destino que les había tocado vivir a los tres. Muy aparte, Christopher tenía un resentimiento profundo hacia su madre. En cuanto a su padre... Aída no estaba segura de cómo Christopher se sentía hacia él, pero de algo si estaba segura. A Christopher le dolía la muerte de su padre, y le seguía doliendo hasta ahora.

Estuvieron un rato abrazados, luego Christopher soltó a Aída.

Ella giro a verlo a la cara. El balcón estaba algo oscuro, sólo las linternas de papel rojo iluminaban tenuemente sus presencias.

-Aunque hemos pasado tantas desgracias, somos afortunados porque tenemos personas que nos ayudan -Christopher, arqueo una ceja. Aída sabía que quería decir -. Se que vas a decir lo que padre nos repetía siempre. "No deberle nada a nadie" lo sé, pero el orgullo no nos dio de comer. La tía Amelia nos ayudó bastante, pese a que ella tenía poco que ofrecer.

-La tía Amelia es nuestra familia - Aída entendía a lo que se refería Christopher. Podía aceptar la ayuda de la familia, más nunca aceptar la mano amiga de extraños, pese a que estos mismos extraños son amigos íntimos de su difunto padre -. Ella ha sido más madre que esa perra que nos engendro.

Draco Malfoy y el mundo mágico IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora