Lo primero que su abuelo le dijo a Louis fue que todo empezó con un caza.
Aquel caza diseñado casi a finales de la Segunda Guerra Mundial y que, pese a ser tan solo un caza, acabaría cambiando por completo su vida y cómo la tenía en mente hasta ese momento.
Matthew James Tomlinson era una persona pacífica pero era joven, ingenuo y necesitaba dinero. Además era imposible nacer en la época convulsa en la que le había tocado nacer y no sentir cierta atracción hacia el aire y lo que significaba el aire en las guerras que tenían lugar en el mundo. Era pacífico, pero con ese toque de justicia moral por la que las ideas totalitarias alemanas rasgaban en sus entrañas invitándole a la acción. Así que todo ese coctel hizo que Matthew estudiara ingeniería y que comenzara a trabajar con tan solo veinte años en la compañía de motores turborreactor Power Jets Ltd.
Ayudó en el desarrollo ideológico y la creación del Gloster Meteor, el primer caza de reacción británico que entró en servicio con los aliados de la Segunda Guerra Mundial. Con esa teoría ideológica de que él tan solo ayudaba a construir aviones había mantenido a su mente traicionera lejos de la idea de que en cierta manera era responsable de las muertes y el sufrimiento causado por la guerra. Y ese pensamiento siguió en su mente hasta dos años después, cuando fue enviado a una de las bases de la Real Fuerza Aérea Británica para arreglar algunos complejos mecanismos que estaban dando quebraderos de cabeza a los pilotos del Gloter Meteor. Esa idea estuvo lejana a su mente hasta que se encontró con uno de esos pilotos, Bryan Walter O'Connor.
La historia que compartieron estaba prohibida, era oscura y asquerosa. La historia que compartieron era una historia de amor, romántica y apasionante. Ambos la definían con unas u otras palabras dependiendo del momento en el que se encontraran, lo que ocurriera a su alrededor y cómo hubiera resultado el día. Ambos sabían que no podía llegar a un buen fin, que no iba a terminar como querían.
Ambos imaginaban, mirando las estrellas, haber nacido en la época griega. Bryan solía bromear diciendo que podían, tras la guerra, viajar a Grecia y descubrir si quedaban vestigios de todo aquello. Matthew normalmente callaba, cerraba los ojos e imaginaba que pudiera ser así de sencillo.
Su historia, con parones en el tiempo por viajes familiares, duró dos años. Complejos, adorados y solitarios dos años en los que el ingeniero y el piloto, en mitad del conflicto más mortífero de la historia, se enamoraron. ¿Estaba bien que les diera igual sobre qué pueblo debían volar o para lo que se iba a utilizar ese nuevo y mejorado motor en construcción? No, por supuesto que no. Pero sabían que, en cuanto acabara la guerra, cosa realmente cercana, aquello que tenían y que era simplemente especial, iba a terminar.
Discutieron, dos hombres jóvenes, con ideas diferentes sobre la vida y de cómo gastarla, dos hombres ingleses pero de puntas contrarias del país, criados en senos de familias completamente dispares. Discutieron. Porque a veces uno elegía amar y el otro pedía tiempo y paciencia, y otras era al contrario. Y quizá ninguno sabía bien qué quería, solo que fuera lo que fuera, no iban a tenerlo.
Bryan tenía una prometida. Una preciosa muchacha de ojos oscuros y melena castaña que Matthew observaba en la fotografía que había descubierto de ella con envidia y culpabilidad. Se preguntaba si las cosas hubieran sido diferentes si él hubiera nacido mujer, si hubiera tenido la oportunidad de conocer a Bryan de esa manera. Quizá podría haber sido una de esas enfermeras que veía pulular a su alrededor todo el día.
Como todas las parejas insensatas se prometieron muchas cosas que no cumplieron.
Una mañana, a sus tempranos quince años Louis había sacado fuerzas internas y se había sentado delante de su abuelo para decirle que era homosexual, que le gustaban los chicos y que jamás conocería a una novia suya, porque no iba a existir. Pensó, por el silencio de su abuelo, que iba a darle un tortazo intentando "sacarle la tontería de encima", pero lo que ocurrió momentos después fue, sino lo contrario, lo suficientemente impactante como para que Louis temblara de pies a cabeza. Su abuelo comenzó a llorar, amargas lágrimas, como un niño de cuna, sin llanto, simplemente lágrimas escapando de sus ojos y yendo a parar a sus manos enlazadas en su regazo. Lágrimas que Louis entendería minutos después cuando su abuelo, por primera vez, se atreviera a hablar de Bryan Walter O'Connor y de su historia de amor.
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El Café 17 - Louis y Harry
Fanfic"Debemos darle a los personajes ficticios esos finales felices que no se encuentran en la vida real". Harry ama leer. Louis solo adora escribir. Liam es dramaturgo. Zayn pinta, lo hace bien. Niall sirve café y vive, quizá sea el único que vive...