Prólogo - El café 17 - 1ª parte

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El café había abierto hacía dos años.

Lo había hecho en uno de esos barrios céntricos de Londres que no son demasiado turísticos, esos que son como un pequeño pueblo en el que al final todo el mundo se conoce.

En él servían uno de los mejores cappuccinos que se podía probar en la ciudad, lo cierto era que pocos sabían eso y no era demasiado demandado, la gente prefería recurrir a lo aburrido en determinadas ocasiones. Abrían de siete de la mañana a ocho de la tarde, excepto los primeros y terceros viernes de cada mes, que tenían noche de micro abierto.

Su ubicación no aparecía en las principales páginas de internet y era algo que todo el mundo que asistía con regularidad al café agradecía. Jamás se le habría negado un café a nadie, pese a tener reservado el derecho de admisión, pero a todos ellos les gustaba tener su propio lugar de dominio privado, un rincón personal al que llamar hogar y en el que sentirse ellos mismos delante de personas que sentían en su interior algo tan parecido que no podía ser falso. Eso no habría funcionado de estar lleno de turistas a todas horas del día.

Cuando buscaron el sitio Harry insistió en encontrar un lugar que no estuviera cerca de ninguna otra cafetería y realmente no por la competencia, sino porque sabía, en cierta manera, que terminarían ganando ellos y prefería no ser indecoroso al comienzo. Niall se dejó llevar, como era habitual en él, y Zayn entendió completamente la opinión de Harry, fue entonces cuando se echaron a las calles de la capital.

El café hacía esquina entre cuatro calles y compartía la cruz con una librería de barrio, un bloque de pisos de tres plantas y la oficina postal de la zona.

La librería la regentaba Amalia, una mujer amable y dicharachera que había leído más libros de los que toda una familia lee en toda su vida. Harry se pasaba la vida allí, hablando con ella a veces y disfrutando del silencio otras, se sentaba en uno de los sillones que tenía en la parte de arriba y le gritaba desde el asiento pese a que ella, a sus sesenta y ocho años, conservaba su oído de juventud. Harry le robaba los libros y los hojeaba leyendo las primeras páginas antes de comprarlos, ella sabía que él lo hacía, nunca le había dicho nada.

Conocían a varias personas del piso en la esquina frontal, había varios grupos de estudiantes que se pasaban cada mañana a por su café antes de clase y por la tarde a estudiar, evitando esas cafeterías con marca en las que el café es demasiado caro para lo malo que es. También conocían a algunas parejas jóvenes a las que no les gustaba esa nueva moda del Nespresso que Niall odiaba, con conocimiento de causa puesto que compró una solo y exclusivamente para negar abiertamente cada mañana cuando la veía sobre la encimera de su apartamento. Se incluían a ellos otros vecinos que compartían mañanas en la cafetería antes de su visita al trabajo, al doctor o al parque.

La oficina de correos hacía de reclamo para los vecinos de la zona y para los desconocidos que llegaban de zonas lejanas, se sentaban, querían regresar, pero no solían hacerlo.

A Harry le gustaba decir que no todo el mundo estaba destinado al café y el café no era para todo el mundo. No conocían a nadie que hubiera tenido una sola objeción con él. El café que se servía era de calidad, los camareros eran profesionales, los dulces que se ofrecían se preparaban a mano por la señora Freeman y el ambiente que se creaba era delicioso e íntimo. Pero la relación personal con él solo estaba reservada para algunas personas. Niall le decía que estaba loco, pero una parte de él también lo creía, porque lo había visto con sus propios ojos. Había visto como personas llegaban y se marchaban encantadas volviendo con conocidos los días siguientes, y a esos mismos conocidos encogerse de hombros mirando el lugar para no regresar jamás.

Los tres sintieron la conexión con el local nada más verlo. Era un sitio cerrado desde hacía meses, según les contó Amalia la primera vez que fueron juntos a la librería. Les comentó que cuando era joven había una cafetería en esa misma esquina, que la gente del barrio solía pasar mañanas enteras en ella y que el café era riquísimo, pero los dueños se marcharon de la ciudad cuando se jubilaron y nadie quiso seguir con la misión familiar. Desde ese momento había sido ocupado por muchas almas emprendedoras. Fue una tienda de juegos, un pub, una zapatería y también la oficina postal tuvo su lugar allí antes de cambiar a la esquina en la que el local era más grande.

El Café 17 - Louis y HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora