Capítulo 2.

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—Damien, quédate escondido aquí —dijo mi madre al meterme dentro del armario—. Cierra los ojos y tápate los oídos —dio un par de caricias en mi pelo—. Mamá vendrá a por ti en cuanto papá se calme, ¿vale? —bajó sus manos hacia mis mejillas y me dio un beso en la frente.

—Tengo miedo... —murmuré con la voz quebrada.

Nunca lo tengas —contestó con los ojos aguados—. De nada ni de nadie —me sonrió y, una vez yo asentí, salió del armario y cerró las puertas de este.

—Mariam, ¿otra vez poniendo a nuestro hijo en mi contra? —escuché que dijo mi padre al entrar en la habitación.

—Nunca haría eso, Draven —tartamudeó nerviosa.

Sin poder evitarlo, me acerqué a la puerta del armario para observar la escena a través de las rejillas que tenían estas.

—¿Cómo te atreves a mentirme? —preguntó a la vez que la agarraba del pelo—. Llevas haciéndolo desde que tiene uso de razón —tiró de él con tanta fuerza que mi madre se puso de rodillas por no poder aguantar el dolor—. Ni si quiera se atreve a mirarme a los ojos —farfulló al llevar la boca a su oído.

—No es mi culpa —respondió entre quejidos—. Damien es lo suficiente inteligente como para saber que su padre es un borracho —añadió con valentía.

—Serás zorra —masculló mi padre entre dientes a la vez que la soltaba en el suelo.

—¡¿A dónde vas?! —exclamó mientras contemplaba cómo salía de la habitación.

—Tú me has obligado a hacer esto —contestó nada más entró con una botella de cristal, la cual golpeó con la cómoda de al lado de la puerta para romperla.

—No... —mi madre se empezó a arrastrar hacia atrás—. No, por favor —suplicó entre sollozos.

—Esta es la única solución para que mi hijo me quiera —se acercó a ella para sentarse sobre sus piernas y le agarró del cuello para estrangularla.

—Damien... —susurró a duras penas, girando su cara y alzando su brazo en dirección al armario.

—Mami... —la llamé en voz baja con un nudo en la garganta y notando cómo mis ojos comenzaban a escocer.

—Adiós, Mariam —volvió a hablar mi padre en un tono amable justo antes de estampar con fuerza la botella contra la cabeza de mi madre.

—¡No! —grité sin poder evitarlo, comenzando a llorar.

Pero mi padre no tuvo compasión alguna, ni por mi madre, ni por mi presencia allí, puesto que empezó a golpear una y otra vez y sin medida alguna la botella por la garganta de mi madre, provocando que un chorro de sangre saliera disparado a su cara cuando el cristal rajó la carótida.

Me tapé la boca para que no me escuchase llorar, inocente de creer que mi padre no sabía que estaba allí, y me eché hacia atrás hasta chocar con los abrigos que habían colgados. La respiración se me empezó a acelerar de una manera descontrolada, tanto que parecía que me iba a ahogar si no me quitaba las manos de la boca, pero el temor que le tenía a ese hombre era mayor que el miedo a la muerte.

Entonces, escuché cómo unos pasos se acercaban al armario, haciendo que abriese aún más mis ojos empapados por las lágrimas. Un par de segundos después, las puertas se abrieron.

—Damien, ven con papá —murmuró en un tono inocente, alzando un brazo en mi dirección. Un brazo que, al igual que su cara y camisa, estaba lleno de la sangre de mi madre.

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