Capítulo 22.

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Pasaron unos días desde la reunión con los Talpas. Unos días en los que Stan cada vez se iba alterando más con respecto a la desaparición de Ashley. Como bien nos había dicho, se negaba a creer que esta estuviese muerta. Aquello era algo que debió haber tenido asumido desde el primer momento en el que formó nuestra banda, ya que la muerte estaba presente en nuestro día a día. Sí, nosotros éramos los que matábamos, pero yo era consciente de que, en cualquier momento, algo podría salir mal y ser alguno de nosotros el que acabase muerto. Tal vez para mí siempre había sido fácil de asumir porque no me importaba mi vida, pero la verdad era que, desde que empecé a sentir por Norman, tuve miedo de perderla.

En cuanto al caso de este, las noticias cada vez lo mencionaban más. Parecía como si su padre hubiese pagado a las cadenas de televisión para que emitiesen como mínimo un par de minutos en todos y cada uno de los informativos. A esto debía añadirle que los Talpas habían averiguado hacía días que los hombres de Darren Night estaban acercándose a Shadows Town, ya que a estos les llegaron rumores de que quizás Norman se encontraba aquí. Seguramente se le habría escapado a algún cabeza hueca de los nuestros, y esto hizo que Stan se pusiera más nervioso de lo que ya estaba.

Aunque yo intentaba mantener la calma que siempre me había caracterizado para estos casos, no pude evitar sentir cierta presión con todo lo que estaba pasando. En cualquier otro momento habría estado tranquilo sabiendo que era responsabilidad de Stan y que, si nos pillaban, este se encargaría de todo y saldría impune, pero mi tensión se debía a que lo importante para mí era que no encontrasen a Norman; que no lo separaran de mi lado. Obviamente lo de Ashley también tenía algo que ver, aunque menos, ya que mi jefe nos enviaba mensajes cada dos por tres con indicaciones para seguir buscándola y, cuando iba al club, los Talpas importantes no hablaban de otra cosa, ya fuera para bien o para mal. Seguía sin tener ningún tipo de remordimiento sobre haberla matado, pero no quería que la situación se me complicara más de lo que ya estaba. Además, ¿quién iba a sospechar de mí?

En cuanto a Kill, no había vuelto a aparecer, ni si quiera hizo el amago, lo cual provocó que, tanto mi mente como mi cuerpo, se relajaran. La parte de mi ser que le venció, es decir, la de los sentimientos, cada vez se hacía más poderosa. Norman no le mencionaba nunca, y yo intentaba con todas mis fuerzas no acordarme de él. Podía notar claramente cómo mi aura estaba menos oscura, al igual que mi corazón no sentía tanto amargor, y eso que la cosa seguía difícil. Irónicamente, cuando me libré de mis problemas internos, estos empezaron a formarse a mi alrededor. Pero no era lo mismo, después de los años que había pasado con Kill, estos me parecía insignificantes, y más aún teniendo a Norman a mi lado.

La relación con este fue avanzando de manera natural, nada forzado, todo fluía como si así debió haber sido desde siempre. Cada vez me daba menos vergüenza reconocer mis sentimientos por él, al igual que tocarle o darle un beso cuando me apeteciera; en sensualidad sí parecía que volvía a ser el mismo Damien de siempre. Digo parecía porque el antiguo yo habría hecho mío a Norman desde hacía bastantes días, pero el nuevo se resistía a ello. Sinceramente, cada vez me era más difícil soportar la tentación. Lo único peligroso de todo lo que estaba sucediendo entre nosotros, era que estaba dependiendo demasiado, sentimentalmente hablando, de él, y no sabía hasta qué punto eso era bueno. Es decir, acababa de salir de una dependencia emocional con Kill que duró años y me estaba metiendo en otra con una persona real; al fin y al cabo, lo único que había sido auténtico con Kill, era que nunca me iba a abandonar porque vivía dentro de mí, pero... ¿Y Norman?

Ya estaba anocheciendo y nos encontrábamos en el salón, jugando al ahorcado para matar el tiempo en lo que el repartidor de pizzas llegaba. Yo no era mucho de juegos, pero el pobre Norman se aburría tanto que, cuando me lo pidió con sus ojos grandes y brillosos, no pude de decirle que no. Complacerle a él no me provocaba ningún tipo de pensamiento o sentimiento negativo. Sin embargo, ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de hacer lo mismo por cualquier otra persona.

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