Capítulo 6.

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Me encontraba desayunando en la cocina de mi casa. Habían pasado cinco años desde la muerte de mi madre a manos de mi padre. Cinco años en los que tuve que seguir viviendo con él, odiándole cada vez más día tras día.

-Buenos días -dijo con la voz ronca típica de las resacas mientras entraba a la cocina.

-Buenos días, padre -murmuré con mis ojos puestos en mi tazón de cereales.

-¿Vas a ir a clase? -preguntó a la vez que se echaba el café recalentado del día anterior.

-Claro, esta es la última semana antes de las vacaciones de verano -miré con repulsión lo que hacía.

-Cierto -cogió su taza y se volteó hacia la mesa-. Entrarás al instituto en unos meses -se sentó en la silla frente a mí y dio un sorbo.

-Sí... -asentí levemente y seguí comiéndome los cereales.

-Damien -me llamó tras unos segundos en silencio, haciendo que alzase mi mirada a la suya-. Siento lo que te hice anoche, pero no debes hablarle así a tu padre. Lo entiendes, ¿verdad? -unió sus manos encima de la mesa.

-Lo entiendo, no te preocupes -me limpié la boca con la manga de mi camiseta-. Fui malo, lo siento -le dediqué una pequeña y falsa sonrisa.

-Ven aquí -se giró en la silla y abrió sus brazos, esperando a que me levantase y fuera hasta él-. Lo tienes morado, pero se curará rápido -dijo una vez me coloqué enfrente suya y acarició el hematoma de mi ojo con sus dedos.

-Me he echado una pomada cuando me he despertado -me encogí levemente de hombros.

-Sabes que te quiero, ¿verdad? -agarró mis muñecas y clavó sus ojos en los míos.

-Lo sé -subí mis manos para colocarlas en su cuello-. Yo también te quiero, padre -lo rodeé con mis brazos, sintiéndome asqueado por estar tocándole, a lo que él llevó una de sus manos a mi pelo para dar suaves caricias en él que, más que calmarme, hicieron que me sintiera aún más nervioso.

Cuando regresé del colegio, me tiré solo en casa durante toda la tarde hasta que a mi padre le dio por volver a altas horas de la noche; siempre era así. Cené un sándwich con mantequilla de cacahuete y me fui a la cama para hacerme el dormido, así cuando mi padre llegase borracho, no tendría ningún motivo para pegarme.

Me quedé despierto hasta que escuché que volvió haciendo bastante ruido, lo cual significaba que estaba ebrio de nuevo y, una vez la casa se quedó en silencio, me levanté de la cama y salí con cautela de mi habitación. Recorrí el pasillo, atento a si escuchaba algún sonido que indicara que mi padre no estaba dormido, y me dirigí al salón. Al verle tirado en el sofá, una intensa rabia recorrió todo mi cuerpo. Mi mente no podía dejar de rememorar la imagen del asesinato de mi madre, ni las palizas que mi padre me había estado dando noche sí, noche no, durante todos esos años. Cerré mis manos en puños y me quedé mirándole durante un par de minutos en los que intenté no ponerme a llorar, aunque fue inevitable que un par de lágrimas salieran de mis ojos.

«Si él muere, podrás vivir en paz» -dijo una voz a mis espaldas.

Asustado, me volteé para averiguar de quién se trataba, pero no vi a nadie.

«Hazlo, Damien. Sé que lo estás deseando» -volvió a hablar esa vez dentro de mi mente.

-Lo estoy deseando... -murmuré sin despegar mi vista del cuerpo de mi padre.

Me giré para comenzar a andar hacia la cocina y, una vez llegué a ella, abrí el primer cajón, donde guardábamos los cubiertos y varios utensilios para cocinar; entre ellos los cuchillos. Cogí uno grande y bien afilado y volví al salón. Me coloqué al lado del cuerpo de mi padre y, tras unos segundos en los que estuve debatiéndome en si hacerlo o no, me subí sentado sobre su abdomen, provocando que se fuese despertando poco a poco.

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