Capítulo 10.

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Nada más sentí el dolor, caí de rodillas al suelo. Bajé mi cabeza para mirarme los puntos, y comprobé que un par de ellos se habían saltado. Me llevé una mano hasta ellos, la cual comencé a llenarme de sangre, y alcé de nuevo mi cara.

—Perdóname —supliqué con mi voz a punto de quebrarse.

«¿Cuántas veces más me vas a pedir perdón?» —se puso de cuclillas y agarró mi barbilla con dos de sus dedos—. «Eres una escoria, Damien» —murmuró con una tono que consiguió erizarme la piel.

—No, por favor... —intenté incorporarme un poco para agarrarme a una de sus piernas, pero él se zafó de mala manera de mis manos.

«Aprende la lección» —gruñó con rabia a la vez que se volteaba para ir hasta la cocina.

—Kill, no te vayas —me puse torpemente en pie y atravesé el pasillo—. ¡Kill! —exclamé viendo cómo abría la puerta de mi caravana.

«Volveré cuando hayas sufrido lo suficiente» —giró levemente su cabeza hacia mí y, sin esperar mi respuesta, salió y cerró con brusquedad.

Me apoyé de lado en la pared del final del pasillo, con una de mis manos aún cubriendo mi herida, y me quedé contemplando la puerta con mis ojos llenándose de lágrimas.

—Me dijiste que nunca me abandonarías... —sollocé en voz baja y sin llegar a creerme lo que acababa de pasar.

—¿Damien? —escuché que me llamaba Norman desde la habitación.

Sorbí con fuerza por la nariz a la vez que me limpiaba las lágrimas con la manga de mi camiseta, y me volteé para regresar a mi habitación. Me acerqué a la silla bajo su extraña mirada y le desaté sin articular palabra alguna. Una vez terminé, me dejé caer sentado en la cama, soltando un quejido de dolor.

—¿Qué te pasa? —preguntó el pelinegro a la vez que se levantaba y colocaba frente a mí.

—Creo que se me han saltado algunos puntos —emití un siseo de dolor.

—Déjame que lo vea —hizo el amago de llevar sus manos al filo de mi camiseta, pero le detuve de un manotazo.

—No —agarré una de sus muñecas con fuerza—. Él no quiere que me ayudes —clavé mi mirada en la suya.

—¿Dónde está? —preguntó con el ceño fruncido.

—Se ha ido... —la voz se me fue rompiendo, debido a que estaba intentando aguantar las ganas de llorar—. Estaba muy enfadado —murmuré sin dejar contemplar sus ojos confusos.

—Si no está, no podrá ver que te ayudo, ¿verdad? —se puso de rodillas, colocando sus manos sobre las mías.

—No lo sé —me encogí levemente de hombros.

—Es tu amigo, ¿verdad? —contestó en un tono amable, a lo que yo asentí con suavidad—. Entonces, seguro que no quiere que te pase nada, aunque eso me involucre a mí —me dedicó una pequeña sonrisa.

—Él siempre me ha protegido de todo —mis ojos se volvieron a aguar.

—Pues tiene que dejar que te cure yo ahora —se puso en pie, haciendo que yo alzara mi mirada—. Túmbate —hizo un gesto con la mano hacia el colchón.

Tras unos minutos mirándole dubitativo, tumbé mi cuerpo de cintura para arriba en la cama. Norman cogió el filo de mi camiseta con sus manos y la subió con cuidado hasta que todo mi abdomen quedó al descubierto.

—¿Qué ocurre? —dije al ver cómo fruncía el ceño.

—Damien, no tienes nada —giró su cara hacia la mía—. Están igual que anoche cuando te los curé —subió una pierna doblada a la cama y se sentó sobre ella.

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