Capítulo 18.

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—¿Te quieres quedar conmigo? —dije algo incrédulo una vez asimilé sus palabras.

—Eso es exactamente lo que quiero —asintió levemente con su cabeza.

Me quedé en silencio durante unos segundos sin dejar de contemplar sus ojos, como si ellos me fueran a dar la respuesta de si, lo que acababa de decir Norman, era verdad o no. Llegué a pensar que me lo había imaginado.

—No puedes hacer eso —me deshice del agarre de sus manos para apartar las mías de su cuerpo.

—¿Por qué? —frunció el ceño—. ¿Tú no quieres que me quede? —añadió con la voz afligida.

—Norman, estás secuestrado —me giré en el sofá para quedar sentado correctamente y así evitar su mirada—. Lo que estás sintiendo no es real, es sólo un síndrome —saqué un cigarro de mi pitillera y me lo llevé a mis labios—. Se te pasará —murmuré justo antes de encendérmelo, pero Norman lo impidió al quitármelo.

—¿Eso es lo que de verdad crees? —contestó al yo mirarle de nuevo.

—¿No lo has dado en clase? —alcé una ceja y le arrebaté el cigarro para encendérmelo de una vez—. Hasta yo lo sé... —le di una calada y me eché en el respaldo del sofá.

—No, no sabes nada —masculló a la vez que se ponía en pie—. Te recuerdo que he sido yo quien ha hecho que te des cuenta de la realidad, así que no te atrevas a juzgar mis sentimientos —la voz se le fue rompiendo conforme más palabras salían de su boca.

—El único atrevido aquí eres tú —me levanté con rapidez y, nada más nuestros cuerpos se quedaron a pocos centímetros el uno del otro, agarré su cuello con la mano que no sujetaba el cigarro—. Ni se te ocurra volver a hablarme así —aferré mis dedos a su piel—. No olvides la posición en la que estás —farfullé con mis ojos clavados en los suyos. A pesar de lo que podía parecer, decir y hacer aquello consiguió alterarme, y no por el enfado, sino porque ansiaba llorar. Al ver la expresión tan triste que tenía Norman, automáticamente, le solté.

—Puedes estar tranquilo, no lo haré —respondió en un tono que expresaba lo dolido que estaba, y se volteó para ir hasta mi habitación.

—¡Norman! —exclamé sin entender muy bien el motivo de hacerlo, ni el apuro que sentía mi pecho.

Entonces, cerró con brusquedad la puerta, a lo que yo dejé el cigarro en el cenicero y comencé a caminar hacia mi habitación hasta que alguien, o algo, hizo que me detuviese.

«Qué sorpresa, ahora resulta que te importan sus sentimientos...» —escuché que comentó Kill a mis espaldas, lo cual hizo que me voltease para mirarle; estaba sentado en el sofá, justo en el sitio de Norman.

—¿Qué haces aquí? —pregunté confuso, ya que yo ni si quiera había hecho el amago de pensar en él.

«Cómo han cambiado las cosas...» —se levantó para acercarse a mí—. «Antes eras feliz con tan sólo verme, y ahora ni si quiera me anhelas» —puso una mano en mi mejilla para dar una suave caricia en ella.

—No puedo anhelar a alguien que me ha estado engañando todo este tiempo —agarré su muñeca para empujarla hacia un lado—. Es por eso por lo que no te gustaba Norman —gruñí al pasar por mi cabeza varios recuerdos de las cosas que Kill me había obligado a hacer.

«¿Vas a negarme que, todo lo que estás pensando en este momento, no lo hiciste por propia voluntad?» —dio un paso más hacia mí—. «¿Qué ocurre?¿Acaso quieres cambiar por tu querido Norman?» —soltó una carcajada burlona.

—Yo no voy a cambiar por nadie —respondí sin firmeza alguna, puesto que, en cierta manera, ya había cambiado.

«Haces bien» —llevó sus manos a mi cuello para agarrarme por él—. «Aunque lo hicieras, él no te aceptaría» —suavizó su voz.

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