Capítulo 29.

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—¿Sois ladrones? —preguntó la niña a la vez que retrocedía un par de pasos. Era pelirroja, con pecas por toda la cara, y los ojos color miel. Estaba un poco despeinada y desaliñada, sin mencionar lo sucio que estaba el peto vaquero que llevaba.

—¿Qué hacemos? —susurré a Norman, sin quitar mi mirada de la pequeña.

—Déjamelo a mí —por el rabillo del ojo vi cómo se destapaba y ponía en pie para acercarse a ella—. No te asustes, no vamos a hacerte nada —dijo en un tono amable e inocente—. ¿Cómo te llamas? —se puso de cuclillas para estar a la altura de la niña.

—Penny, ¿y vosotros? —contestó algo dudosa, pero con menos miedo.

—Yo soy Norman —se puso la mano en el pecho—. Él es Damien —giró su cara para mirarme, a lo que Penny llevó su mirada hasta mí—. Está herido, así que anoche paramos aquí para curarle y descansar hasta que se mejorase —añadió una vez se volteó de nuevo hacia la pequeña.

—¿Qué le ha pasado? —se acercó un poco más a Norman, como si no quisiera que yo me enterase de la pregunta.

—Tuvimos un accidente y, como hacía tanto frío, se resfrió —soltó un suspiro a la vez que se volvía a poner de pie.

—¿Este granero es tuyo? —intervine intrigado a la vez que me quitaba la camiseta para que la niña comprobase que no mentíamos en cuanto a las heridas.

—Sí —asintió con firmeza—. Papá ha tenido que ir a trabajar a otra ciudad para conseguir más dinero, así que ahora sólo estamos mamá y yo —anduvo hasta el montón de paja donde yo estaba y se sentó frente a mí—. Pero me aburro mucho, mamá está enferma y yo no tengo amigos —hizo una mueca de disgusto con la boca.

—Penny, ¿qué te parece si hacemos un trato? —dijo Norman a la vez que se sentaba a su lado.

—¿Cuál? —frunció el ceño.

—Verás, hay unos hombres muy malos que nos están buscando para hacernos daño, así que necesitamos escondernos aquí durante todo el día... —rodeó los hombros de la niña con su brazo. Se notaba que Norman había estado estudiando psicología, ya que sabía muy bien cómo transmitirle confianza a un niño—. Si dejas que nos quedemos, podremos jugar todo el día contigo —ante sus palabras, la mirada de la niña se fue iluminando—. Bueno, al menos yo. Él está enfermo, lo entiendes, ¿verdad? —sonrió.

—Pero, ¿por qué os buscan? —se rascó algo confusa la barbilla.

—Digamos que nuestros padres están peleados, pero nosotros no, y eso no les gusta —encogió levemente sus hombros.

—Entiendo... —murmuró, llevando su mirada hacia mí. Tras unos segundos en silencio en los que repasó mi cuerpo un par de veces, volvió a hablar—. No diré nada siempre y cuando él sea mi novio —miró a Norman, pero me señaló a mí.

—¿Qué? —respondí extrañado, escuchando cómo el pelinegro se reía.

—Está bien —carcajeó este, provocando que yo le mirase sorprendido—. Tienes buen gusto para los chicos —puso su mano en el pelo de la niña y dio una caricia en él, a lo que ella sonrió enseñando su dentadura mellada.

—Norman...

—Dale un beso —me interrumpió a la vez que se colocaba detrás de Penny, a lo que yo me quedé callado y mirándole confuso, pero él hizo un movimiento con sus cejas que indicaba que le siguiera el juego—. ¿Quieres, Penny? —añadió al ver que yo seguía sin moverme.

—Sí —afirmó con timidez, haciendo que yo le mirase al fin.

Un par de segundos después, rodé los ojos y chisté con mi lengua.

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