Capítulo 16.

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Cuando Hayley y yo llegamos a la recepción del hotel, y allí nos informaron de la sala donde se celebraba la fiesta, fuimos directamente hacia allí. Había decenas de parejas, a cuál con más dinero, bebiendo cócteles y charlando entre ellos, como si fueran las personas más inocentes del mundo y obviaran el auténtico motivo de aquella reunión. El simple hecho de respirar esa hipocresía me dieron ganas de vomitar. Nada más nos sentamos en una de las mesas, uno de los camareros vino a atendernos, provocando que varios de los allí presentes se fijasen en nosotros. Les intentamos evadir de la manera más educada posible, algo que me estaba matando por dentro, hasta que la última pareja que se acercó fue la que debía ser; Sarah y Preston Garden, las personas que teníamos que matar. Fue gracioso porque, al final, el trabajo empezó a hacerse solo. Tras varias copas y momentos de coqueteo por mi parte, tanto con el hombre como con la mujer, les ofrecí el irnos de una vez a una de las suites del hotel que Stan se había encargado de reservar para nosotros aquella misma tarde. Obviamente, ambos aceptaron.

—Vaya, esta suite es mucho mejor de la que teníamos pensado pagar —comentó Preston nada más se adentraron en ella. Un hombre de unos cuarenta años, piel clara, ojos azules, melena negra peinada hacia atrás y con bastante buen físico.

—Nosotros no sólo somos apariencia, querido Preston —contesté una vez cerré con llave la puerta de la habitación.

—Ya has podido comprobar que no hemos exagerado en nada de lo que os hemos contado —dijo Hayley de forma coqueta, acariciando el torso del hombre bajo la pícara mirada de su esposa. Una mujer unos años más joven, con el pelo castaño rojizo, ojos negros y un cuerpo demasiado operado.

—Eso aún está por ver... —respondió esta acercándose a mí con una mirada llena de deseo por hacerme suyo.

—No te arrepentirás de averiguarlo —sonreí de lado, haciendo un recorrido con los dedos de una de mis manos desde sus labios hasta el imprudente escote de su vestido—. Ni yo de demostrártelo —murmuré al llevar mi boca a su oído, lo cual le hizo morderse el labio.

—¿Cómo es que tenéis tanto dinero con lo jóvenes que sois? —preguntó Preston mientras se quitaba la chaqueta de su traje y la dejaba sobre uno de los sillones.

—¿Acaso eso importa? —Hayley intentó distraerle cogiendo el nudo de su corbata para deshacerlo y quitársela.

—No le hagáis caso... —intervino Sarah colocando delicadamente sus brazos alrededor de mi cuello—. Mi marido a veces es demasiado curioso —acercó su rostro al mío hasta que nuestras narices se rozaron.

—Pues debería tener más cuidado, uno nunca sabe con la respuesta que se puede encontrar —puse mis manos sobre su cintura.

—El poder te hace aún más atractivo de lo que ya eres —dijo al llevar su mano a mi oreja para acariciar el rubí de mi pendiente.

Antes de poder contestarle, escuchamos cómo Hayley y Preston habían empezado a besarse ya tumbados en la cama, lo cual hizo que Sarah girase su cara hacia ellos, y que yo les mirara con una sonrisa pícara.

—Parece que no nos han esperado —subí mis manos por la espalda de la mujer hasta que llegué al principio de la cremallera de su vestido y comencé a bajársela lentamente.

—Mejor, no quería compartirte con él —se mordió con ganas el labio inferior, permitiendo que la dejase en ropa interior—. Tan sólo quiero que me complazcas a mí —fijó sus ojos en los míos y, nada más sostuve su barbilla para alzarla un poco, pegó su boca a la mía y comenzó a besarme con ganas. Tantas que el roce de sus labios con los míos fue bruto y para nada sensual.

Me dejé hacer, ya que no me quedaba otro remedio, y le continué el beso mientras ella me quitaba la chaqueta y la tiraba en el suelo para, después, deshacerse de mi pajarita y empezar a desabotonarme la camisa. Aproveché que estaba distraída con eso para mirar disimuladamente a Hayley, quien estaba de rodillas sobre Preston, dejando que este le comiese el cuello. Una vez nuestras miradas conectaron, me hizo un gesto con una de sus manos para que llevara a Sarah hasta la cama donde estaban ellos, así que agarré los muslos de la mujer para subirla encima mía y, mientras comencé a repartir besos por debajo de su oído, lo cual le hizo soltar algún que otro jadeo a la vez que enredaba sus dedos entre mis mechones, la llevé hasta la cama, donde la solté justo al lado de donde se encontraban su marido y Hayley.

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