Regresaron a la gran casa en la moto de Azael. Todo sumido en silencio y nervios, al menos, por parte de Aurora. Azael se había envuelto en esa esfera de frialdad y control habitual, casi como si estuviera indiferente ante todo, solo que cuando alcanzaba su mano, buscando tranquilizarla, Aurora podía notar la tensión saliendo por sus poros. No por sus padres —o por la situación, en general—, sino por ella. A Azael no le gustaba notar a Aurora tan inquieta, lo hacía sentir ansioso a él, buscando ferozmente cuidarla y apartarla —como si se tratara de su primer instinto—... y ahora, naturalmente, no podía. ¿Siquiera cuál era la amenaza?
Fue cuando pasaron por la tienda que quedaba cerca del edificio de Azael a toda velocidad que Aurora comenzó a procesar lo que sucedía. Se fijó en ello: era una farmacia, aquella tienda; había sido a donde Azael la había llevado la tarde siguiente de aquella primera vez que habían estado juntos y le había pedido que esperara por él mientras entraba. Cuando regresó, le había comprado una pastilla diminuta y una botella de agua. Cuando Aurora preguntó que era, él simplemente le besó la frente, murmurándole cerca del oído «No nos protegimos...».
Y Aurora había comprendido el significado de la pastilla en esos segundos de silencio que quedaron. Esa, su primera vez juntos, fue la única en la que Aurora necesitó tomar la píldora pues a partir de ahí Azael se había protegido con preservativos cada vez que habían estado juntos que, por la forma en la que sus cuerpos se necesitaban y deseaban, no habían sido pocas veces. La opción de comprar anticonceptivos no era siquiera fiable porque, con el tratamiento de la cardiopatía, necesitaban la opinión de un doctor... y Aurora no había pensado mucho en ello. Le aterraba que alguien más que ellos dos supiera lo que tenían y que, en consecuencia, acabaran con ello.
Fue cuando se percató del rumbo de sus pensamientos que un nuevo terror la invadió: porque ella y Azael eran tantas cosas —hermanastros, pareja— ¡Incluso habían hecho el amor! Tan solo había pasado casi un mes de la primera vez que conoció el edificio, pero ella ya se sentía tan de ahí... ¿Era eso? ¿Acaso Ariah lo había descubierto —porque su madre sabía que Aurora estaba con él, incluso lo había dicho—... y Mikahil, también?
Pero cuando sacó su cabeza del pequeño escondite que era la espalda de Azael, fue porque ya habían frenado. Habían llegado a la puerta de la gran casa y los guardias de seguridad le abrían la puerta.
Ella se mordisqueó los labios con una especie de nerviosismo y, tal vez fue por eso que cuando Azael se volteó, acercándose para quitarle el casco —para cuidarla, acariciarla para poder tranquilizarla—, sin darse cuenta, ella lo rechazó, quitándoselo por sí misma y negando hacia él, evitando que se acercara.
Azael la miró por un segundo ante ello y luego, apartó sus ojos. Aurora no se atrevió a tomar su mano y, cuando le abrieron la puerta metálica, se adentró antes que él, avanzando con prisas, como si se alejara.
La casa se visualizó ante ella como si se tratara de un monstruo. Tragando con fuerzas, dio una mirada hacia atrás, hacia donde Azael se acercaba con la expresión y los ojos fríos...: se dio cuenta de lo que estaba haciendo. De que lo estaba alejando.
—Lo siento —le murmuró bajito, como si se disculpara de tener miedo; o de culparlo a él y, en consecuencia, apartarlo.
Espero un poco. Tan solo hasta que él se detuvo a su lado y, con sus manos rozándose tras su falda, se adentraron.
Las mucamas le abrieron la puerta y, al mismo tiempo, Ariah bajaba por las escaleras de mármol. Ella alzó sus ojos al instante para verlos: primero a Aurora, atenta, recorriéndola con sus ojos como en busca de heridas, inspeccionado que estuviera bien y luego, a Azael. Solo por un segundo y como si no soportara mirarlo; fue ahí cuando los ojos de la mujer se detuvieron en sus manos escondidas tras su falda, tomadas apenas por la punta de sus dedos y sus rasgos finos, fríos naturalmente, se endurecieron con tensión. Toda ella rígida, alzó la barbilla para verlos desde lo alto y Azael, al instante, se tensó en respuesta.
ESTÁS LEYENDO
Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...