Hay besos en la oscuridad a partir del primer día de noviembre. Escondidos en algún rincón de la academia, o en la oscuridad de la noche en la habitación de Aurora... y son efímeros y llenos de miedo al inicio —con ese terror de ser descubiertos y que algo pueda separarlos— cuando Azael la busca, atrapándola luego de que terminan las clases o simplemente escapándose de alguna... pero en la noche, espera a que todas las luces de la casa se apaguen para ir hacia ella y Aurora aguarda despierta, intranquila hasta que él con cautela y silencio se adentra a la habitación y va directo a su lado, besándola al instante con necesidad y anhelo, como si en lugar de haber estado lejos solo algunas horas, lo hubiesen estado por días.
Porque en las mañanas, cuando ellos se ven a lo lejos o rodeados por el resto de los herederos, él no la mira. Como si el solo verla pudiera delatarlos, no se acerca ni siquiera para rozarla... y Aurora lo ve todo el tiempo con un picor en el pecho, porque cuando ella aparta sus ojos, él enseguida la busca. Y luego, cuando la lleva a algún escondite oscuro de la academia, le pide perdón entre besos. Le dice que no hay nada más que quisiera hacer que tomarla entre sus brazos ante todos... pero que eso la pondría en peligro. A ambos. A eso que tienen entre ellos.
Es tres días después de la noche de Halloween que cuando Azael entra a su habitación a medianoche, rodeándola con los brazos para que ella pegue la espalda femenina contra su pecho, la boca de Azael buscando besarle los cabellos... y Aurora no lo deja. Porque antes de que Azael busque sus labios, lo detiene murmurando:
—No puedo seguir con esto.
Y lo siente tensarse en la oscuridad, su respiración, que rozaba su oído, espesarse casi con fuerzas... y ella se arrepiente casi de inmediato, volteando a verlo. No puede ver ni su rostro o expresión apenas, pero puede sentir el peso de su mirada sobre ella.
—No podemos seguir así —dice muy bajito en susurros y ante la forma en la que todo Azael se ha endurecido, ella traga con dureza, murmurando después—... escondidos de esta forma. No quiero besarte solo en la academia o cuando todos duermen.
—No hay otra forma —Azael murmura y suena un poco suave esta vez, la tensión disipándose rápidamente.
—Si la hay —Aurora se inclina para acariciarle la mejilla, su rostro desprovisto de barba o imperfecciones. Ella susurra—: llévame a tu apartamento.
—¿Quieres regresar?
Ella hace un mohín pequeño —Nunca me quise ir —le contesta. Azael le da un besito rápido en los labios.
—Vayamos mañana.
—Pero hay academia...
—Faltemos.
Aurora sonríe —¿De nuevo?
—Si —Azael asiente sobre su boca, besando una y otra vez rápidamente— No importa.
Aurora no puede evitar echarle los brazos al cuello, rodeándoselo y acercándolo hacia ella. Él solo viste sus pantalones de dormir y su pecho y brazos exponen los tatuajes de tinta negra. A Aurora le gusta pasar sus manos por ahí, delineándolos mientras él duerme, despertándolo con el roce inocente de sus dedos —porque ella ha aprendido a despertar temprano, antes de que él se tenga que marchar y antes de que la mucama la despierte, con el tiempo suficiente para poder estar junto a Azael un poco más—. Los tatuajes de tinta negra son tan finos, dibujados sobre la piel como arte y Aurora ha descubierto lo que es besar ahí, en los de la nuca, pues cuando lo hace todo Azael se tensa, sus manos buscando sostenerle las caderas —y luego descender hasta sujetarla por los glúteos femeninos—... porque ella ha descubierto cosas de su hermanastro en ese aspecto.
Ella comienza a aprender como tensar a Azael, como lograr hacer su cuerpo endurecerse; como excitarlo. Está comenzando a descubrir a su hermanastro en ese ámbito... y le gusta. Casi tanto como cuando él le besa en el cuello o le acaricia sobre la piel. Aurora estaba comenzando a descubrir lo que era eso; la satisfacción de recibir placer y, también, de darlo.
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...