Cuando despertó, él estaba ahí. No a su lado acostado junto a ella, no. Él la miraba alejado en una esquina, sentado en un sillón en silencio. Los ojos fríos habían vuelto, notó Aurora poco después, terminando de despertar con un repentino y desconocido malestar sobre los hombros. Se irguió poco a poco en la cama, apartándose el cabello para mirarlo. Su voz fue un murmullo escapándose de los labios resecos.
—¿Azael?
Él parpadeó, su puño cerrándose con fuerzas bajo su mentón.
—Estaba esperando que despertaras.
—¿Para qué? —preguntó y trató de que la esperanza no se colara entre las palabras, a pesar de que se revolvía en su estómago a la espera. Amplió los ojos para verlo, sus comisuras temblando para no sonreírle pequeñamente.
—Para que te fueras.
Aurora se quedó quieta, el gesto en su boca congelándose y una mirada herida tornándose en todo su rostro. Sus labios cayeron entreabiertos por el aire que se escapó torpemente de sus pulmones.
Sin pensarlo, se encontró preguntando con la vocecita convertida en un susurro débil:
—¿Por qué?
Él enarcó una de sus cejas.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué tú, de repente... me alejas? ¿Por qué, de repente, me tratas así? —ella ladeó la cabeza solo levemente, pestañeando para que no saliera ningún destello de lágrimas —Dijiste que no me harías daño —susurró.
Azael la miró en silencio, se acomodó en el sillón, desvió la mirada por segundos antes de fijarla nuevamente en ella.
—Estoy cansado —dijo, entonces y toda Aurora se quedó rígida. —Tan cansado de ti. De asumirte como una carga. ¿No lo crees? Estoy tan agotado de cargar contigo como si significaras algo.
Hubo un latido en su pecho, como algo filoso encajándose.
—Azael... —jadeó, herida y rota.
—¿No querías escucharlo? ¿No querías saber por qué me alejo? —los ojos se mantuvieron sobre ella, luciendo como desconocidos. Todo él, en realidad, tornándose como un completo extraño ante sus ojos. Fue cuando él sonrío, entonces, vacío y jocoso. Cruel. —Es por ti —anunció— no quiero estar cerca de ti.
Si cada palabra destinada a lastimarla, surgió su efecto. Aurora quieta, apenas sacudiéndose por un temblor imperceptible... solo mirándolo a los ojos, en silencio. Un par de lágrimas solitarias corriendo por sus mejillas.
Y ella, finalmente, lo hizo. Intentó alzar sus comisuras como él, que estaba sonriendo. Solo que la de ella era tan débil y torpe, repleta de tristeza que no hizo más que acumular un sollozo en la base de su garganta. Pero Aurora asintió, tan suave y delicada como si ella misma pudiese quebrarse, mirándolo con sus ojitos amplios y brillosos.
—Está bien —murmuró, su voz tersa. Dulce a pesar del llanto y entonces, ella se puso de pie. La sábana blanca se deslizó fuera de su cuerpo y solo quedó ella, de pie retrocediendo lentamente en un intento de alejarse; tan hermosa con su cabello rojo cayendo a lo largo de su espalda, sus ojos verdes, sus mejillas rojas. Tan profundamente hermosa y destruida. —Está bien —susurró una vez más.
Ella retrocedió, alejándose hacia la puerta, pero mirándolo. No dejó de verlo ni por un solo segundo en medio de la oscuridad de aquella habitación, solo iluminada por el resplandor del amanecer que se colaba por la gran ventana.
Y Azael no apartó sus ojos de ella. ¿Cómo hacerlo? Estaba viendo los resultados de sus propias palabras. Estaba recibiendo su propia tortura.
Por último, ella ladeó la cabeza, con su espalda presionada contra la puerta de madera. Temblaba, él lo notó. Toda ella temblaba pero se mantenía ahí, viéndolo a los ojos con suavidad. Solo viéndolo.
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...