Once

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La mirada de Kai se lo dijo todo, y aquello fue el peso del mundo en sus hombros: primero fue una silenciosa sorpresa, luego, pasó a ser un terror crudo que Aurora sintió en cada parte de su cuerpo, y cuando terminó de hablar, Kai había retrocedido hasta chocar con el lavado. Su máscara de indiferencia se deshizo y Kailín Völkel —conocida por ser intocable e importante porque ella simplemente sabía todo— ella, retrocedió. Había temor y sorpresa en sus ojos.

—¿Cómo sabes eso? —susurró, esta vez. Sus ojos soltaron los de Aurora para observar con pánico el baño y asegurarse de que estaba vacío. Luego negó fuertemente, perdiendo la compostura. —No.

—¿Kailín?

La chica negó fuertemente. Se inclinó para tomar su bolso y el pañuelo de Aurora. Negó una y otra vez antes de mirarla de vuelta.

—Aquí no —sentenció en voz baja.

Aurora la siguió, entumecida por la sorpresa y cierta inquietud burbujeando en su pecho. Lo hizo cuando la chica salió del baño caminando a pasos rápidos, los pasillos que tomaba estando vacíos y Aurora trato de no sorprenderse por ello; la forma en la que la chica se manejaba por el instituto como si lo conociera perfectamente. Cuando Kai se introdujo en los pasillos del ala norte, apuró el paso lo suficiente como para alcanzarla justo cuando llegaba a las áreas verdes. Pensó que se detendría en alguna de las mesas alejadas, sin embargo, Kai siguió su camino, atravesó casi en su totalidad el terreno, y sin pensarlo, ambas terminaron en la zona más alejada del instituto, donde comenzaban los límites del bosque. La línea de separación viéndose marcada por la fila de viejos columpios que se movían con el aire.

Llegar a la zona le produjo un sabor amargo en la boca: ella allí había llegado el día anterior, se había sentido en uno de los columpios y lloró mientras se mecía, el viento golpeteando sus mejillas hasta que finalmente corrió, regresando a casa. Trató de ignorar el malestar en la boca de su estómago, miró a la chica con los ojos inquietos.

—¿Kailín? —llamó, cuidadosa.

Le daba la espalda, mientras dejaba caer su bolso en el pasto verde, Aurora notó cuanto se había alterado cada parte de su cuerpo; su respiración superficial, su pulso acelerado, su corazón latiendo con fuerzas. Su acompañante volteó con rapidez, la miró con los ojos amplios.

—No puedes hablar así tan libre de ello, Aurora —siseó—. Ni siquiera porque se trate de tu propio hermano.

Hermanastro, rugió la voz de su subconsciente.

—Y-yo...

—¿Es qué nunca te has dado cuenta de nada? —Le preguntó elevando levemente el tono de su voz. Parecía haber perdido la compostura— ¿Tienes una venda en tus ojos, acaso?

—No lo sé, yo...

—¿No te has fijado en todos los detalles? —Inquirió con rudeza— Incluso los más obvios: los moretones, las heridas; los nudillos destrozados. Los tatuajes, los más pequeños, esos tras su nuca. El tatuaje que dice Inferno en la zona de su muñeca.

Aurora dudó. Se preguntó siquiera como Kailín sabía eso, solo por segundo. Se preguntó como la chica sabría sobre algo que estaba en la piel de Azael bajo su camisa, escondido íntimamente e incluso oculto para ella; y se sorprendió con una sensación amarga y desagradable que se le asentó en el pecho ante el pensamiento de Kai —o cualquier otra fémina— viendo a Azael... desnudo.

Kailín se detuvo. La miró con los ojos amplios, levemente retrocediendo. Pareció suavizarse, entonces, cuando musitó:

—¿No los escuchas, los rumores que dicen su nombre?

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