Treinta y uno

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Aurora no había sido lo única en ver a Azael descender de la habitaciones de cristales negros, todo cubierto de luces rojas para luego perderse en la oscuridad; Nish Harvet también lo había hecho.

Y él había retrocedido justo a tiempo, justo al instante en el que pudo desaparecer para seguirlo.

Porque Azael era la puerta al Círculo.

Y Nish necesitaba entrar.

Pero lo perdió de vista, al inicio, entre la marea de cuerpos y el aire tibio y dulce. Las luces rojas distorsionaban a donde fuera que mirase, por lo que tardó en atravesar el cubo carmesí y lo vio, adentrándose en los pasillos, atravesándolos como si conociera Paradise a la perfección y perdiéndose en la casta luz que conducía hacia la puerta roja circular.

Y Nish Harvet siguió sus pasos, avanzando por los pasillos oscuros, el olor dulce perdiéndose cada vez más... y cuando Azael se detuvo y él estuvo a punto de adentrarse, una mano le cubrió la boca.

Él se quedó estático al inicio y luego, con fuerzas, volteó y estampó el cuerpo pequeño y desconocido contra la pared, deshaciéndose del agarre sobre su boca y mirando a quien le había seguido, ambos tras Bestia... y encontró a nadie más que a Earlier Harvet.

—¿Qué haces aquí? —masculló, sin sorprenderse.

Vestida de ropas negras y con los labios rojos, el cabello rojo recogido y la belleza enigmática: la mayor de los herederos lo miró, sonriendo malsanamente antes de llevarse un dedo a los labios, pidiéndole silencio. Para luego, con la misma delicadeza, articular con los labios:

—Mira.

Y Nish frunció el ceño, sin entender por un segundo; pero luego, cuando lo hizo, cuando sus ojos fueron hacia el pasillo en donde Azael se había perdido y observó, asomándose apenas con cuidado y silencio... lo encontró a él, tan furioso e iracundo, sosteniendo casi con miedo y cuidado a la muñequita entre los brazos.

Y luego, Nish Harvet observó cómo, con desespero, Aurora le besaba la boca a Azael.

Y él volvió a observar a Earlier, quien le sonreía apenas, los ojos brillantes en placidez; y ella no dijo nada, solo tomó su mano y en silencio, tiró de él, sacándolo de ahí.

Ninguno dijo una palabra, solo llegaron a escuchar como él, tan bajo como si se tratara de una promesa, hablaba sobre lo prohibido.

(...)

—¿...Prohibido? —su voz fue tan baja y quebradiza, como si el aire no le diera para hablar. Azael la miró a los ojos, aún rozándole los labios y luego negó, casi con calma, casi con miedo. A Aurora le temblaba la voz, ella entera en realidad, entre sus brazos, casi fundiéndosele contra la piel. Como si el aire alrededor de ellos se hubiera convertido en una masa de solo tibieza, envolviéndolos y apegándolos.

Y Azael no pudo seguir viéndola a los ojos, por lo que cuando le miró los labios entreabiertos, como si quisiera que la besara... todo él se sumió en tensión y dureza, cerrando los ojos.

—¿Amarme es prohibido? —preguntó Aurora, muy bajito y suavemente, casi como si las palabras se le deslizaran por sí solas de los labios —. ¿Lo es?

Azael, bajo toda aquella coraza de dureza y rigidez, era miedo, desesperación; el pánico le enfriaba la sangre y le retorcía bajo el pecho, rasgándole en los pulmones. Se sintió aterrorizado, en un segundo, vulnerable y expuesto... como un niño, un niño que tenía su corazón —tan maltratado y herido— en sus manos, ofreciéndoselo; ella, tan dulce y suya, pudiendo destrozarlo con una sola palabra.

Prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora