«La primera vez que Aurora escuchó realmente sobre la fiesta de Halloween fue cuando tenía trece años.
Ocurrió de casualidad, cuando hubo una cena en la gran casa de los Harvet y ella llegó, aferrada suavemente de la mano de Azael. Ambos juntos se habían escabullido para alguna esquina del gran jardín, escondidos pues aquella tarde Azael le había confesado que no le gustaba en demasía la gente —cualquier tipo de gente, incluso su propia familia. Cualquiera que no fuese Aurora— y ella, al saberlo, decidió que lo mantendría alejado cuanto tiempo pudiese. Porque en realidad a Azael no le desagradaba la gente en general, sino, hablarles. Azael detestaba tener que hablar de más.
...naturalmente, la única excepción para ello era Aurora. Aurora era la excepción de Azael en cualquier caso.
La niña tenía su cabeza acomodada sobre las piernas del chico, su vestido azul claro ensuciándose con la tierra y las hierbas pero sin importarle, porque tenía sus ojos cerrados y soltaba risitas a cada rato, cuando sentía las manos de Azael tantearle sobre la cara o a veces, se le enredaban en los rizos y ella no hacía nada más que reír mientras su hermanastro la tocaba con cuidado.
—No hagas eso —la riñó él bajito cuando Aurora arrancó un par de las diminutas margaritas que sobresalían en la hierba. Ella, contraria a desganarse, alzó sus ojos para mirar desde abajo el rostro ceñudo de su hermanastro. Hizo un mohín diminuto con los labios —Aurora —advirtió Azael.
Pero para aquel momento la niña ya había alzado su mano y enganchado el tallo de la margarita entre los cabellos de Azael, comenzando a reír ruidosamente con las mejillas rojas y los ojitos brillantes, retorciéndose en su regazo hasta quedar sentada, él sujetándola inmediatamente por las caderas.
Y él, lejano a enojarse, mantuvo su rostro ceñudo y su mueca dura hasta que, con la risita de Aurora, sus propios labios comenzaron a estirarse y, de repente, Azael estaba sonriendo. Pequeña y levemente, mirando a la chiquilla pelirroja reír junto a él, y, mientras Aurora estaba distraída, él aprovechó para quitarse la flor y luego, con cuidado, colocársela a su niña.
La risa ruidosa de la chiquilla fue descendiendo hasta convertirse en solo una sonrisa dulce, ella con los grandes ojos verdes brillosos mientras Azael le acomodaba la margarita entre la oreja y los cabellos rojos.
—Azael —fue lo único que dijo, risueña.
Su hermanastro no respondió, en cambio, le apartó los rizos que se le colaban en el rostro con suma delicadeza, apenas tocándola con la punta de sus dedos. Aurora estuvo a punto de sonreír pero, entonces, se escuchó un bramido apurado y furioso tras ellos que la hizo mirar hacia atrás con sorpresa.
—¡Estoy harta! —cuando Aurora miró, encontró a Earlier corriendo con prisas fuera de la casa, sus zapatillas de tacón negro enterrándose en la tierra mientras la muchacha avanzaba con el caminar furioso. Tras ella la seguía uno de los gemelos, Nish— ¿Cómo puede ser que-?
Nish la agarró del brazo, haciendo que se detuviera.
—Basta. No ganas nada haciendo un escándalo —le dijo el mayor de los gemelos. Aurora frunció el ceño, impulsándose apenas hacia adelante para escuchar, los brazos de Azael rodeándole la cintura le impidieron hacer un movimiento más— Simplemente hazlo. No tienes que decirlo.
Earlier sacudió la cabeza —No lo entiendes. Estoy tan cansada de su maldita paranoia. ¡No a todos nos va a pasar lo mismo que a la jodida Anna...-!
Cuando los ojos negros de Earlier Harvet se detuvieron en una esquina del jardín, la que quedaba en la entrada del puente a la orilla del lago, justo donde estaban aquellos dos jovencitos sosteniéndose el uno a la otra; la mayor de los herederos Harvet enmudeció, quedándose paralizada y el grito muriendo en sus labios. Poco después, Nish Harvet siguió la dirección de su mirada y se encontró con lo mismo, chocando sus ojos con los verdes curiosos de Aurora.
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...