Azael sabía que todo en Aurora era suave, desde el toque la punta de sus dedos hasta la piel de porcelana de sus mejillas. Toda ella; su voz, la forma en la que sus cabellos se movían con el más flojo viento, como sus pestañas se sacudían y sus mejillas se sonrojaban... era ella tan suave, incluso, cuando lo miraba.
Y él siempre se imaginó que sus labios serían así, suaves. Se imaginó ahí, tocando su boca de cereza, tomando sus labios entre los suyos y probándolos. Se imaginó el gusto que tendría ella, con aquella textura tersa de su piel, ese aroma a manzanas... Azael había deseado besarla tantas veces.
...Y cuando lo hizo, descubrió que Aurora tenía ese gusto dulce que solo el néctar de lo prohibido podía poseer.
(...)
«Thomas se había dado cuenta de cuanto Azael miraba a Aurora. Y es que ellos eran aún niños —Al menos, Aurora lo era. Aunque iba a cumplir trece años en unos días, ella tenía tantos rasgos infantiles y era tan pequeña y delgada que lucía así, como una niña— pero, Thomas lo veía. La forma en la que Azael la miraba... y siempre lo estaba haciendo. Estuviesen donde estuviesen, apartados en la misma habitación, los ojos del chico la buscaban a ella a través de la distancia, incluso mientras mantenía una conversación con Peerce, el abuelo hablándole seriamente... y él la observaba. La velaba, tal vez. Thomas no sabía comprenderlo.
Pero Thomas se había dado cuenta. Él lo hacía, porque estaba esa forma en la que Azael buscaba a la chiquilla entre toda aquella gente en la gran casa de los abuelos —eran vísperas de año nuevo y, usualmente, Los Harvet organizaban aquella gala para esperar la medianoche— y él lucia inquieto hasta que la encontraba escondida tras Ría y luego se acercaba, atraído como mismo lo era un trozo de metal a un imán. Y Thomas lo vio, esa forma en la que buscaba tocarla apenas la tuviera cerca, como si se asegurara que estaba bien; y Aurora lo recibía, resplandeciendo y sonriéndole pequeñamente mientras él le pasaba el brazo por la cintura, protector, rodeándola y acercándola a él para asegurarse... pero aún así, a pesar de que ya estaba seguro de ella, no la soltaba. No lo hacía, él la miraba... de la misma forma en la que Peerce, el abuelo, miraba a Emma.
Thomas Harvet se había dado cuenta.
Él lo entendió, finalmente, esa noche. Cuando la risita de Aurora era tan alta que él la escuchaba ahí, un poco alejado y cerca del lago, mirándolos a ellos que se escondían en una esquina del jardín. La medianoche acercándose, el resto del mundo celebrando y año nuevo siendo recibido por la mirada de Aurora en el cielo y la de Azael sobre ella... Thomas lo entendió.
Lo hizo, cuando dio medianoche y los fuegos artificiales estallaron en el medio de la oscuridad. Y Aurora se alzó en un gritito, corriendo a abrazarlo y Azael la sostuvo entre sus brazos enseguida, dejándola besarle las mejillas a la vez que Aurora reía, feliz y sonrojada... y él, a cambio, le dejó un besito casto y rápido en la comisura de los labios.»
(...)
«Pero Azael había besado a Aurora antes en los labios, una vez... solo que ella no lo sabía.
Habían cumplido catorce y quince años. A él, el toque suave de su hermanastra comenzaba a quemarlo, porque era inocente. Todo lo que hacía Aurora, cada contacto entre sus pieles, era inocente. Y Azael, en cambio, cada vez que la sentía ardía, todo él bajo su piel; un deseo recóndito quemándole en la sangre.
Fue por ello que comenzó a dejar de dormir a su lado. No podía soportar tenerla tan cerca y no tocarla... no de la forma en la que quería. No de la forma en la que le calmaba el fuego bajo la piel. Pero Aurora siempre iba a buscarlo, mirándolo con los ojos verdes brillosos y pidiéndole regresar a la cama, su cama. Y Azael no podría negarle algo a Aurora nunca.
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...