Veinticuatro

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«Los líderes Harvet siempre tenían obsequios para sus herederos. Peerce Harvet le regalaba alguna pieza de metal original y valiosa, perteneciente a su legado... y Emma Harvet, en cambio, solo le obsequiaba a las féminas cuando cumplían dieciocho años. Nadie más que las muchachas de ojos negros lo sabían.

Porque Emma, a cada una de ellas, le entregaba una daga fina que, en el filoso metal de plata, tenía tallada una rosa de la que de las espinas brotaba la palabra Harvet... y solo había cinco ejemplares únicos en la familia. Una para la misma Emma, otra para Kaethennis, Earlier, Ría... y Anna.»

(...)

Cada vez que uno de sus herederos cumplía dieciocho años, Peerce Harvet le obsequiaba, puntualmente, uno de los vehículos preciados que tenía. Tan preciados que estaban cubiertos en plata y metal negro y, casi siempre, tenían el sello de la familia en donde los dedos alcanzaban a tocar.

Earlier había obtenido un Mustang negro de 1969, modelo original, único en el mundo pues las ventanillas y retrovisores estaban hechos de plata. Creado únicamente para un propietario: Peerce Harvet, y poco después pasando a la mayor de sus herederas.

Milosh y Nish también había recibido carrocería. Algún otro tipo de autos antiguos pero que nunca habían sido utilizados y permanecían intactos, de fabricación antes de los 1980. Eran tan únicos y valorados que los gemelos solo decidían utilizarlos en alguna gala familiar o evento importante.

Thomas era el próximo en recibir uno de esos... y luego, Ría. Aurora sabía que no obtendría uno porque ella, en realidad, no era una heredera. No era nieta de Peerce Harvet.

Pero en cambio, Azael sí. Y el obsequio de Azael por sus dieciocho años fue una motocicleta negra, de manubrio gris —naturalmente de plata, porque era el metal predilecto de la familia— y motor antiguo, pero tan resistente como los actuales. Intacta hasta que se le entregó al heredero y, bajo el acelerador, tan discreto que solo se descubría cuando lo tocaba, estaba la palabra Harvet tallada sobre el metal.

Y Azael no lo admitiría jamás, pero él atesoraba aquel vehículo. Había dejado de lado las motos y coches que Mikahil le tenía comprados en el garaje bajo la gran casa y únicamente utilizaba el modelo antiguo —Peerce Harvet se la había entregado con un gesto firme, diciéndole "Solo hay una de estas en el mundo, y es tuya."— y aunque no parecía percatarse de ello, Azael nunca había permitido que alguien más que él mismo la tocara... hasta, claramente, Aurora.

Cuando ella lo había seguido, hecha pequeña y con sus manos entrelazadas ante su regazo, caminando detrás de él con los ojos enterados en el suelo, sin atreverse mirarlo porque se le sonrojaban las mejillas con fuerza y timidez. Porque cada vez que lo miraba, en lo que único que Aurora pensaba era en ese casi beso. Y también en lo mucho que quería estar cerca de él.

«Es una droga» reflexionó Aurora con suspiro. Azael Harvet era una droga porque ella tan solo lo había probado dos veces y ya quería más. «¿Me habré hecho una adicta?»

Cualquier pregunta se desvaneció cuando ambos se detuvieron en medio del estacionamiento subterráneo y, de pronto, Azael volteó hacia ella. Aurora se sobresaltó, alzando los ojos para verlo y, ¿En qué momento él había tomado el casco del manubrio? Ella se abrazó a sí misma, cohibida.

Solo tienes uno —murmuró, luciendo avergonzada e insegura.

—No importa —le señaló con indiferencia y, antes de que ella se diese cuenta, Azael había dado un paso en su dirección, colocándole con cuidado el casco en la cabeza. Aurora lo miró a los ojos, él parecía concentrado en abrocharle el casco bajo la barbilla, sus dedos a veces rozándole el mentón. Aurora tragó saliva con dureza cuando él, al final, le dedicó un roce casi imperceptible en la comisura de los labios, como una caricia.

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