Treinta y ocho

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Y no dejan esa necesidad entre sus cuerpos, en realidad, parece crecer. A medida que se acercan a la oscuridad de la habitación de Azael, la piel de Aurora cobra calor, los vellos de su cuerpo erizándose y sus extremidades estremeciéndose de un nuevo tipo de deseo, mucho más íntimo, mucho más pasional.

Está ahí cuando él abre la puerta, cerrando tras ellos. La única luz que hay en la pieza es el destello que se cuela a través de las gruesas cortinas pero eso es más que suficiente, pues ellos pueden verse; la mirada oscura de Azael la puede ver a ella, entera y suya, y Aurora puede verlo, la forma en la que Azael se tensa de deseo, cada músculo duro, solo cubierto por la tela de su bóxer.

Está ahí cuando él la deja sobre la cama, los cabellos rojos regándose sobre la almohada blanca y su espalda acomodándose sobre la tela, ella abriendo sus piernas para que él se encaje entre ellas. Está ahí en la forma en la que los pezones de Aurora se erizan, reclamando la atención de la boca de Azael y está ahí en como los labios de su hermanastro recorren cada centímetro de su piel... está ahí, en la humedad entre sus piernas, en ese calor bajo su vientre, en la forma tan carnal en la que ella lo desea a él y él a ella.

Está ahí cuando él la mira, alzado sobre la cama, quitándose la última capa de ropa entre sus cuerpos. Está ahí cuando se inclina, cuando la besa, cuando susurra —Eres tan hermosa... —en su boca, besándola una y otra vez— ...tan mía.

Está ahí cuando ellos se unen. Cuando él se adentra en ella, sus cuerpos encajando como piezas.

Y Aurora se queda rígida al inicio, una sensación recia azotándole entre las piernas y Azael se queda quieto encima de ella, dejando de besarla para observarla, para ver la forma en la que la chiquilla ha cerrado los ojos y ahogado un pequeño quejido. Es entonces cuando su mano se eleva para acunarle el rostro, todo él fruncido en preocupación cuando le pregunta;

—¿Quieres que me detenga?

Y Aurora abre los ojos, buscando los suyos. Encuentra ahí lo que esperaba; las pupilas dilatadas, sombreadas de deseo... y a su vez, ese cariño infinito que está ahí cada vez que él la mira.

Busca el aire para decir, casi en un susurro —No... no te detengas.

Azael busca su boca, un leve destello de preocupación y miedo que Aurora deshace cuando jadea, abriendo los labios. Y le echa los brazos al cuello, enredándolos y clavando sus uñas en su espalda, arañando un poco... y Azael empieza a moverse, adentrándose un poco más. Es esa primera embestida —esa, la que se lleva su primera vez— la que tiene más gusto a dolor que a placer. Es doloroso al inicio, cuando Azael se mueve con miedo, con cuidado y cautela, buscando mirarla y besarla cada vez que Aurora jadea... pero luego está eso, el sonido ronco que se escapa de los labios de su hermanastro cuando empieza a moverse, lo que la hace estremecerse a ella.

Y el dolor se desvanece. No importa. Todo lo que Aurora puede sentir en ese instante es una infinita satisfacción... cuando mira a los ojos a Azael y lo ve así, con su respiración acelerada, con esos sonidos roncos de placer, con su expresión acariciada por el gusto, que ella se siente complacida, repleta de deseo... porque esa lujuria en su hermanastro, ese placer... es ella quien se lo está dando.

Y luego Azael parece tensarse, dentro de ella, embistiendo —el dolor está ahí, viéndose opacado cada poco, solo sintiendo lo mismo que él refleja— y se detiene, buscando el aire con fuerzas, removiéndose un poco más, gruñendo bajo su boca.

Aurora clava sus uñas en sus hombros, arqueándose para él, para poder sentirlo... y lo hace. Aurora siente ese punto de placer que Azael ha obtenido cuando él cierra los ojos, estallando, saboreándolo; y es caliente. Ella lo siente en su interior, en su cuerpo, en su piel; en toda ella.

Prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora