Cuarenta y cinco

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Lo primero que Azael Harvet vio esa mañana de viernes, cuando las puertas de cristal del comedor de la academia se abrieron dándole paso, fue una chiquilla pelirroja —su Aurora, tan bonita con su cabello recogido en bucles, con su figura encogida en timidez y las mejillas rojas por la vergüenza— sonriendo pequeñamente, apartándose un rizo que se le escapó de la trenza y colocándolo tras su oreja, cada movimiento ocurriendo despacio y suave, mientras ella asentía, los ojos verdes alzados... y mirando con cuidado hacia Rhett Hussell.

El heredero se detuvo. Thomas, llegando tras él, lo imitó siguiendo su mirada por el mismo camino que la del mayor. Su ceño se frunció de inmediato, cierta frialdad en sus gestos cuando preguntó:

—¿Hussell? —y el significado dentro de aquella pregunta fue claro. No por el muchacho, que ni siquiera vestía el uniforme de la academia pues no estudiaba ahí, a pesar de que aquel lugar le perteneciese, sino, por Aurora. ¿Qué hacía el heredero de los Hussell cerca de ella?

Era el primer viernes del año y además, el día que la academia escogía para realizar la gala para recibir el nuevo año. No solo era la bienvenida a los nuevos ingresos —nuevos chiquillos ricos y pretenciosos, con el mundo en sus manos, entrando al colegio más costoso y elitista de Europa y del mundo, probablemente— también era la ceremonia de cambio. Le daba inicio a una nueva recta: muchos concluirían la academia ese año mientras otros, a su vez, la comenzaban.

La sala del comedor había sido la escogida para la gala, porque tal y como se veía por los grandes ventanales de cristal, el frío y el cielo nublado que aguardaba afuera no eran lo mejor para el día. El sitio no le hacía mal al nombre y reputación de Hussell: cada rincón de la sala estaba cubierto de lujo e incluso el aire era denso, frío. Bajo candelabros, con copas en cada mesa y mozos esperando para servir, cada uno de los estudiantes permanecía de pie, aguardando por el inicio... y Azael Harvet, junto a Thomas, había sido de los últimos en llegar.

Y lo había hecho para encontrar a su hermanastra ahí, junto al heredero de los Hussell.

Su quijada se tensó en señal de que eso no le gustaba —tanto como ver a Aurora viéndose sonrojada por comentarios o miradas de alguien más, como notar su dulce timidez y la sonrisa que le temblaba en las comisuras—... y sin embargo, no hizo nada. Simplemente no dejó de mirarla.

En cambio, la atención de Thomas se deslizó por toda la sala, discreta y silenciosa, casi sin notarse y se quedó quieta en una esquina al final. Ahí donde una cabellera rubia destacaba, demasiado hermosa para estarse escondiendo en un rincón del final, donde nadie podía mirarla, pero donde Thomas la había encontrado. Ría permanecía de pie, seria. A su lado y en silencio, sin intercambiar ni una sola palabra, como si se trataran de desconocidos, Anker permanecía de pie. Firme, tenso... y cuidando de que nadie notara como su mano, posesiva, había permanecido minutos antes sujetando la de la muchacha, aunque ya la hubiera soltado.

Thomas si pudo verlo. Aquello lo puso en alerta, con ese sentimiento amargo y desagradable removiéndose en su pecho.

Pero ni él, ni Azael, se movieron. Nadie los miraba, ni cuando la ceremonia comenzó. Nadie se atrevía a hacerlo.

Para cuando Aurora se dio cuenta de la presencia de Azael, Leonor Hussell, la directora de la academia, ya hablaba dando la bienvenida a la ceremonia. Sus ojos lo encontraron al otro lado de la sala, él ya la miraba cuando ella lo vio.

Intentó sonreírle, suave y con cariño, pero el gesto no fue devuelto. Ella notó su expresión y, fue por ello que, cuando se reincorporó mirando hacia el frente, un suspiro pequeño se escapó de sus labios.

—Él te encontró al instante en el que llegó —escuchó desde su lado, llegando como un murmullo ronco. Cuando miró, Rhett no la veía, sino que su atención estaba al frente. Aun así se había dado cuenta de las cosas.

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