Aurora se dio cuenta después que tenía unos moretones —marcas, en realidad— en la zona de las caderas. Lo notó una tarde después, cuando salía de la tina del baño y se detenía frente al espejo, desnuda con solo los cabellos rojos húmedos cubriéndole el pecho. Y miró hacia allí, en sus caderas. Habían marcas rojas, un poco oscuras. Ella las vio, entumecida en un inicio y luego, aterrada —¿A quién le pertenecían, a las manos toscas del hombre de cicatriz que había intentado tomarla..., o a su hermanastro, él que la había sostenido para besarla?— y al final, solo obtuvo una respuesta. Una que la sumió en repulsión y pánico.
Azael no le había provocado esos moretones. Era imposible pues, a pesar de aferrarse a ella, lo había hecho con tanta delicadeza y cuidado que parecía que temiese quebrarla entre sus brazos. En cambio, aquel hombre había arremetido a ella con fuerzas, sin preocuparse por lo tosco de su agarre.
El último pensamiento le revolvió el estómago y le provocó nauseas, tan asqueada que se cubrió la piel marcada con las manos. Mirándose al espejo, desnuda y asustada. Preguntándose como siquiera llegó a considerar que Azael podría dañarle la piel, o ella en general.
(...)
Pero fue cuando Aurora regresó a la academia dos días después que se dio cuenta que Azael no estaba..., que había desaparecido, en realidad, por poco más de tres días.
Ella no podía dejar de pensar en él. Naturalmente, aquello iba más allá de aquel primer beso. Aurora siempre se preocupaba por Azael y ahora que sabía que era aquello que tenía expuesto en la piel como tatuajes, su preocupación comenzaba a rozar la angustia, llegando al punto de desesperarla cuando pensaba en la forma en la que lo había dejado por última vez, antes de huir. El sitio donde lo había abandonado.
Y usualmente Azael no desaparecía por más de cinco días. A veces se iba por un largo tiempo, pero cuando Aurora se atrevía a preguntarle a alguien —casi siempre a Ría—la chica simplemente la miraba y le decía «Está junto a Thomas. Sinceramente, no sé de qué se trata, pero están juntos. Así que están bien.» y aunque la respuesta no la tranquilizaba —nada lo hacía hasta que volvía a verlo en el campus o a escuchar de él, aunque fuese a lo lejos— ella al menos lo dejaba ir, solo un poco. Porque Azael siempre regresaba. Siempre.
Pero ahora todo se tornaba más angustiante. Simplemente era eso. Podía ser por el beso, por Inferno, o por El Círculo. Pero, Aurora necesitaba tanto ver a Azael.
«Él no desaparece por más de cinco días» pensó una y otra vez, intentado convencerse. Sin embargo, aquello no menguó ni un poco la preocupación angustiante que comenzaba a nacerle en el pecho.
(...)
A Aurora se le quitaron las marcas en las caderas cinco días después. Cinco días desde que las encontró; siete de la última vez que había visto a Azael.
Cuando se acercó por primera vez en mucho tiempo a Ría la chica lució sorprendida y Aurora no la culpaba. La chica se encontraba a lo lejos, en las áreas verdes del gran jardín de Hussell. Aurora se había acercado a ella en silencio, sentándose al frente cuando la tuvo cerca. Y Ría había alzados sus ojos negros cubiertos en sorpresa, lanzando un alto:
—¿Aurora...?
Pero ella la había cortado, demasiado inquieta y nerviosa para pensar en el hecho de que Lobríah y ella habían guardado distancias desde hacía un tiempo, desde aquel evento en el comedor. Simplemente rompió la distancia, su voz saliendo con preocupación.
—Necesito que me respondas algo —lanzó con rapidez, interrumpiéndola y Ría frunció el rostro de inmediato. Aurora bajó el tono de su voz cuando preguntó —¿Qué sabes de Azael y Thomas?
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Prohibido ©
Teen FictionY ella estaba ahí, mirándolo con aquellos ojos verdosos que parecían aclamar a gritos su inocencia, o hablándole en aquel tono bajo que a veces en sus más remotos sueños le susurraba su nombre, su promesa. Y lo conquistaba, lo seducía con aquellos...