Cuarenta y siete

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«Ni Milosh, ni Nish, solían hablar alguna vez sobre su madre. Era un tema que había quedado en silencio, enterrado junto al cuerpo de una mujer rubia, bellísima y apagada. Era como si el luto, en lugar de enterrarla en sus pieles, la hubiera arrancado.

Tal vez, era por eso que Ría era tan poderosa: porque los gemelos y su padre harían cualquiera cosa, fuese lo que fuese, por protegerla. Nada podría pasarle.

¿Pero, en realidad, Ría necesitaba que alguien la cuidase?

Ella no lo hacía. Ella sola, con lo oscuro de sus ojos y lo fiero de su voz, podría tener el mundo a sus pies.

Al mundo, cada parte de él... y a los mismísimos Völkel.

Había sido Ría quien los hundió.

Tuvo que ser Ría quien los viera caer.»

(...)

«—¿Qué haces? —preguntó una Aurora de quince años, luciendo confundida. Sus gruesas, pero bonitas cejas rojas arqueadas con duda, un mohín confuso en sus labios mientras se estiraba para alcanzar su mano.

—Solo mira —le indicó Ría —No toques nada.

—No entiendo que hacemos aquí...

Era casi de noche y los pasillos de la academia se encontraban desiertos. Ni siquiera los guardias o custodias de seguridad se encontraban ahí, como si todo se hubiera preparado a favor de que ellas se introdujeran, sin nadie saberlo, a Hussell.

Aurora miró con desconfianza la bolsa negra que Ría cargaba desde que bajaron del auto. La apuntó.

—Además, ¿Qué es eso?

Ría la miró con una sonrisa. Se detuvo, dejando la bolsa en el suelo. Le guiñó un ojo antes de agacharse y meter la mano.

Aurora jadeó en cuanto vio lo que había ahí.

—Tranquila —se rió la muchacha rubia. Negó suavemente —No es real.

Aurora se mostró horrorizada ante las bolsas de sangre que Ría cargaba... falsa.

—¿Qué vas a hacer? —murmuró y luego de pensarlo, agregó—... ¿Y qué voy a hacer yo?

—Tú, nada. Solo quiero que mires —Ría se encogió de hombros— ¿Yo? Una pequeña jugada.

Aurora se quedó quieta, viéndola romper las bolsas de sangre falsa. Así mismo, rompió en un jadeo cuando Ría chorreó cada gota a lo largo del pasillo, sobre los casilleros, las obras de arte que adornaban los rincones, los finos pisos de mármol...

Poco después, Aurora comprendió el motivo: días antes, se había comenzado a esparcir, como cenizas, el rumor sobre las razones de sus cicatrices. Burdas, horribles, llenas de sangre, esas cicatrices.

Ría, como siempre lo hacía, protegía a Aurora.

Solo que la heredera los Harvet nunca solía ensuciarse las manos...

La única excepción era esa.

Que fuera por Aurora. »

(...)

Había sido Milosh quien le cubrió los ojos. Al mismo tiempo, Nish había rodeado a Ría con sus brazos, escondiendo la cabeza coronada de cabellos rubios contra su cuello, cubriéndola del resto, cubriéndola de ver.

Cuando la academia se convirtió en gritos, Aurora temblaba. Milosh, a su lado, se escuchaba bajo y débil, musitando despacio:

—Vamos —y tiraba de ella suavemente, apartándola y alejándola poco a poco— Vamos, Aurora. Es mejor salir de aquí.

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