Tres

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Cuando Aurora despertó, se encontraba sobre una superficie blanda y casi suave, su cabeza posada con cuidado sobre una almohada. Terminó de regresar a la conciencia sacudiendo sus parpados y abriendo los ojos, una habitación completamente desconocida recibiéndola.

Una sensación inquieta se posó sobre la niña y llenó su cuerpo de miedo. Se congeló, temblando y abriendo sus labios para llamar a su mamá cuando, de repente, una mano se coló entre las suyas.

—Aurora.

Cuando miró, allí estaba el niño de ojos extraños. Sosteniéndola de la mano y mirándola con cuidado, a su lado en esa cama en medio de una habitación vacía y oscura, de paredes blancas llenas de manchas. Aurora se acercó al chiquillo, aterrorizada.

—¿Dónde estamos?

Azael miró todo en un segundo, la cama donde ambos habían despertado siendo el único objeto en la habitación además de la mesa con agua. No había nada más, una puerta y una ventana cerradas. Ambos encerrados.

—No... no lo sé.

A Aurora se le llenaron los ojos de lágrimas y su labio inferior comenzó a temblar.

—¿Y mi mamá? ¿Tu familia?

Azael sacudió la cabeza. Intranquilo y nervioso, sujetándola aún.

—No lo sé. No lo sé.

Aurora ahogó un quejido y comenzó a llorar. Azael frunció su rostro como si algo le pesara y la miró, finalmente sus ojos oscureciéndose con una emoción: miedo. Él la acercó a su cuerpo, indeciso y temeroso, sin saber que hacer cuando arropó a la niña pequeña contra su costado, su brazo rodeándola... la estaba abrazando.

—C-creo... —él susurró, temblando un poco como ella, ambos abrazados en medio de la escasa luz del día que comenzaba a colarse por la ventanilla alta. Aurora lo miró con sus ojos anchos y aterrorizados— creo que nos han secuestrado.

—¿Q-qué? ¿Qué es eso?

Azael dudó. Él no parecía que iba a llorar, en realidad, el miedo en sus ojos lucía un poco más profundo, al igual que la intranquilidad y el nerviosismo en sus gestos. Era como si fuera, más que terror, preocupación.

No por él.

Al menos, no en su mayoría.

—Sucedió una vez, en Alemania. A Lenka, el hijo de mi tío Calum. Lo tomaron y lo escondieron y a cambio de él pidieron dinero.

—¿D-dinero?

—Si. Sus padres tenían que pagar dinero a cambio de que él regresara a casa. Mi tío lo hizo y él volvió.

—Entonces... ¿Vamos a volver?

Azael la miró con algo nuevo en los ojos. Aurora se apegó a él, su vestido y abrigo sucios y descuidados, como el traje del niño.

—Si ellos piden dinero a cambio de nosotros, sí.

—¿Cuánto tarda? Quiero volver ya —Aurora sollozó.

—No lo sé. Poco tiempo. Debe ser poco tiempo.

Ella se sacudió en llanto. Se abrazó a él. —¿Por qué hacen eso?

El niño se mantuvo quieto. Luego de segundos y con lentitud, la envolvió con ambos brazos. —Por dinero. Lo hacen a familias con mucho dinero.

—Pero mi mami no tiene dinero. Nosotras no.

—Si —la voz de Azael se tornó dura— desde que se casó con mi papá, si.

Aurora sollozó con fiereza, temblando y encogiéndose contra el cuerpo del chiquillo, ambos niños sosteniéndose uno al otro sobre la superficie de la cama, escondidos contra la pared.

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